sábado, octubre 27, 2007

EL ENREDO DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL


El Poder Judicial está quedando más que nunca a la intemperie de una sociedad que mira atónita los juegos políticos a los que están sometidos. Luisa I., como suele hacer, da claves para entender mejor los intríngulis de la Justicia.
Mª Emilia Casas, Presidenta del Tribunal Constitucional junto a los Reyes de España. (En la foto)

Lo que está sucediendo era de prever. Los arquitectos de la Transición persiguieron dos fines, en los que confluyó el texto constitucional, elaborado e impuesto por la parte interesada. Y posteriormente los Pactos de la Moncloa, aceptados por la izquierda, porque nunca pudo reponerse del susto de Tejero.
Era lo primero consolidar la monarquía, reuniendo en la persona del rey la sucesión de la monarquía parlamentaria, de la restauración borbónica alfonsina y el franquismo remodelado por Fraga, en la vertiente de Jefe del Estado, jefe superior de todos los ejércitos, monopolizador del derecho a convocar referéndum y muchas cosas más; atar tan de corto al pueblo soberano, que no hubiese riesgo, ni a nivel de ayuntamiento, de que pudiesen salir elegidos individuos peligrosos para la continuidad del sistema, por críticos o peligrosamente innovadores.
Con ayuda de la libertad que disfrutaron políticos y directivos de empresa, para corromperse, apropiándose y poniendo a su nombre lo ajeno, en la tranquilidad de que unos jueces, sometidos a la autoridad de organismos superiores, criaturas de dedo, no habría de pedirles cuentas, porque de mediar orden superior la obedecían, perdiendo caso y generalmente destino, de ofrecer la más tenue resistencia.
Ley d' Hont, listas cerradas y unos medios debidamente controlados, mantienen debidamente cerrado el corralito electoral, ocupándose los jueces de buscar argumentos, para ilegalizar la facción intrusa, que pudiera colarse, yendo todo sobre ruedas, hasta que la inopinada elección de Zapatero alarmó al cotarro. Cometido el pecado de intentar terminar con la violencia política por vía del diálogo, y la cesión en lo que sea posible, único medio de conseguirlo, los jueces, que hasta entonces procuraron mantenerse en la sombra, saltaron al escenario. Con que ocasiones frisó la provocación e incluso la prevaricación, multiplicaron las detenciones, hasta conseguir dar al traste con las esperanzas de la mayoría, haciendo saltar la tregua.
Fue un éxito redondo, pues la réplica violenta, obligó al gobierno a cambiar de actitud, rompiendo la baraja, cambio que le hubiese restado votos, de no tener el pueblo experiencia y olfato suficiente, para detectar las contradicciones de los que condenan en el otro, lo que hacen cada día.
Llegada y retrasada la hora de renovar un Tribunal Constitucional, que como el Consejo Superior del Poder Judicial, está controlado por la facción continuista, el PP en la oposición, hace lo necesarios para bloquearla, porque en definitiva, el poder judicial, a más de controlar el recuento electoral, tiene el poder de dar vía libre o mandar a vía muerta, las decisiones y reformas que intente el gobierno, que afecten directa o indirectamente al orden establecido, estén o no aprobadas por las cámaras.
Este bloqueo insensato y otras actitudes de la clase política, que prueba cómo el problema de España no es el de un pueblo ingobernable, si no el de unos políticos sin capacidad para gobernar, que al anteponer rencillas e intereses de partido, de clase y personales, al del conjunto del país y la sociedad, son el argumento de peso que justifica la conservación de la monarquía. Es necesaria, porque la presencia de rey inamovible a la cabeza del Estado impide que lleguen a las manos por ocuparla.
En verdad, el primer presidente de gobierno, que por encima de torpezas, errores y vacilaciones, parece alejarse de su ombligo, para tratar de ocuparse de lo que nos atañe y preocupa, es Zapatero. No sé sí sabrá resistir. Sí se dejara convencer, engañar o desviar del fin, en que parece embarcado. Porque los hombres, a más de ser como los melones, que hay que probarlos para conocerlos, pueden cambiar y ser cambiados. Pero confieso que lamentaría que lo malográsemos, antes de saber hasta donde puede dar de sí. Y lo que puede dar de sí.


Luisa I. Álvarez de Toledo (Duquesa de Medina Sidonia)

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