domingo, julio 19, 2009

FRÁGILES por Bárbara Alpuente






De pequeña tenía dos ositos panda en forma de pinza que se habían convertido en mis mascotas favoritas. Un día me los llevé a jugar a casa de unos amigos de mis padres porque nos había invitado a comer y yo procuraba no separarme de ellos (de los osos, no de mis padres). Por allí se paseaba arrogante un perro muy macarra que me observaba como diciendo esta es mi casa y mis amos me quieren más a mí que a ti. Aburrido quizás de su vida burguesa y ávido de nuevas experiencias, cuando me quise dar cuenta había cambiado su hueso de plástico por uno de mis osos. Lo atacó con ensañamiento y lo sacudió con rabia entre sus dientes hasta que salió despedido y se estampó contra la pared. Hay que ser muy cobarde para atacar a un muñeco indefenso. Recogí el osito casi desnudo y sin ojos y lo acariciaba entre lágrimas, con un sufrimiento extremo (si es que soy muy sentida).




Estuve un par de días traumatizada, pero no me deshice de él, llevaba al osito mutilado conmigo confiando en una posible recuperación (y también un poco naíf). Entonces entró en acción mi madre, enfermera ejemplar de mis muñecos, entre otras muchas cosas, que con paciencia y mucho amor, fue pegando los trozos que habían quedado después de la masacre hasta devolver al osito a la vida. Desde aquel momento, el panda mutilado se convirtió en mi preferido. Tenía un peluche intacto, mullido y con la piel brillante y otro raquítico con pedazos de piel desteñida y una expresión inequívoca de perplejidad (es que al pegarle los ojos le quedaron demasiado separados y parecía estar siempre sorprendido), pero mi favorito era el más frágil, el que necesitaba de mis cuidados, el que más lástima me daba.




Aunque no siempre funciona así. Creo que con los años el sentimiento de empatía, humanidad, compasión, no sé bien cómo llamarlo para que no suene a condescendencia religiosa…¿piedad?. Anda, que lo estoy arreglando… Lo que sea eso, acaba intoxicado por prejuicios y ráfagas punzantes de esta sociedad. No hay más que detenerse unos minutos frente al chico yonqui vestido de mimo y rodeado de cachorros de gato que se instala cada día en la Gran Vía.


<<Todos merecemos
el amor o la comprensión
de los demás, sea lo que sea
que hayamos hecho>>


El joven casi no se tiene en pie y sus ojos han dejado de expresar emociones, pero lo que nos afecta de verdad, lo que nos provoca una pena horrorosa, son los gatitos. Es terrible, pero en nuestra cabeza funciona el siguiente razonamiento: Él se lo ha buscado, pero los gatitos no tienen culpa de nada. No es simplemente que uno se sienta más conmovido con el más frágil, no, es mucho más perverso que eso. Tiene que ser el más frágil y el más inocente, si no, nos la trae al pairo (tanta filosofía para terminar escribiendo expresiones como esta). Creo que todos merecemos el amor o la comprensión de los demás, sea lo que sea que hayamos hecho. Y ese apoyo no nos libra de nuestra responsabilidad, pero probablemente nos ayude a seguir viviendo y a hacer mejor las cosas la próxima vez. Además, quien crea que es inocente del todo a estas alturas, que tire la primera piedra…Y teniendo en cuenta que la autocrítica no suele ser el fuerte de nadie, me retiro ahora mismo por riesgo a una lapidación.





Bárbara Alpuente es Guionista de TV, de Camera Café y Columnista de Yo Dona (Clickear en el logo)

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