martes, agosto 14, 2007

LA ALTERNATIVA A LA BOTELLONA ES LA BOTELLONA por Manuel J. Márquez Moy


La Guardia Civil cada día realiza más controles, aunque eso no ha ayudado mucho para reducir la mortalidad en los jóvenes en la carretera.






No es un error en el título, ni en el concepto que pretendo desarrollar someramente, pues estos asuntos requieren mucho tacto y tiempo. Pero si puede servir para crear una visión más de este asunto que se ha convertido en un problema social, pues a ello me dispongo.

Sartre decía “De niño sentía que estaba condenado a gustar”. (...) “Yo no poseía ninguna verdad. Mi vida, mi carácter y mi nombre estaba en mano de los adultos. Yo había aprendido a verme con sus ojos”. Me parece bastante ilustrativa esta reflexión del pensador francés, quizás uno de los más brillantes del siglo XX.

Los años ochenta y noventa fueron opulentos para una gran mayoría de ciudadanos. El dinero corría como la pólvora entre los nuevos ricos y llegó la devoción desmesurada al espectáculo del ocio. Eso contrajo muchos cambios de comportamientos a todos los niveles. Se derrochó dinero por todos lados, todos querían estar a la última moda y entrar en la ultramodernidad. Aparatos cibernéticos, coches de todos los diseños. Nos embarcamos dentro de la sociedad mercantilista más que nunca.
Pero igualmente se descuidaron muchas otras cosas. El dinero parecía que todo lo resolvía, mientras sin darnos cuenta que maquillaba numerosos problemas que habíamos dejado aparcados o en un desván. Olvidamos las responsabilidades de la comunicación emocional con los nuestros, padres –hijos, hijos-padres, y como decía Antonio Gala el progreso del ser humano que no viene del interior del ser humano, no es progreso. Y ahí cometimos muchísimos errores porque de pronto descubrimos la soledad interior. Habían demasiadas preguntas en adultos y jóvenes sin respuestas y cada uno buscó donde pudo compañía, aunque fuera superficial, de una noche. La Psiquiatra Pastora Cuevas me comentaba que las consultas se habían convertido actualmente en “confesionarios”, en lugares donde la gente necesita ser escuchada desde lo más profundo. Jóvenes, adultos y viejos. Salvo excepciones, estos años del nuevo milenio principalmente se han convertido en la etapa de la irremplazable necesidad de expresar cada uno su mundo interior.

Los síntomas de que las cosas no funcionaban bien empezaron con los alarmantes consumos en grandes cantidades de sustancias tóxicas por jóvenes incluso de trece años, las anorexias y bulimias crecientes, las ludopatía, las salvajes muertes por mujeres sobre todo en manos de sus maridos. Los divorcios y separaciones que aumentaron el indice estadístico entre la población y la aparición de una descontrolada agresividad de los alumnos en los centros escolares.

Todo podía parecer caótico si se analiza con detenimiento. Pero esto se había convertido como en un círculo vicioso. Los jóvenes necesitaban no sólo una educación de conductas, sino una educación de los sentimientos. Huérfanos de esa educación imprescindible buscaron y balbucearon en un mundo inseguro, pero acompañados de los de su generación, que pasaban por las mismas dificultades, les resultaba válido. ¿Qué hacer con nuestros “yos”?, es lo que se preguntan.






El consumo de cocaína se ha disparado actualmente entre una mayoria de adolescentes.









La botellona fue la decisión, la respuesta a todo ese mundo desangelado. Lo de los precios del alcohol más caros en locales, aun siendo verdad, no dejan de ser anécdotas. No son para nada situaciones patológicas de los jóvenes, sino en cierto modo comportamientos normales. Es decir, una reacción en masa ante una situación bastante compleja, y esa era la adaptación que encontraron a las exigencias externas del entorno familiar, estudiantil o de otro tipo, según las edades, las personalidades. Lo patológico, ya lo comentamos en su día son las consecuencias de las botellonas. Han crecido el consumo de cocaína y otra sustancias de éxtasis. En las consultas han aumentado entre los adolescentes los casos de cuadros preocupantes de ansiedad, crisis de pánico, depresiones y algunos brotes psicóticos.

Plantearle a estos jóvenes como alternativa cine, teatro, deporte nocturno, no creo que sea ninguna solución. Ellos decidieron la botellona, y la realizan porque ese es el ambiente a su medida, la coraza que se han creado, y sacarlos de ahí es sacarlos a un mundo que no les apetece por ahora y porque es sacarles a un mundo inseguro, aunque sea una obra de teatro de Shakeapeare. Sus corazas son las botellonas y los intríngulis de todo lo que está asociado a esos comportamientos.
Otra cuestión es las leyes y el ruido. Evidentemente eso hay que controlarlo con contundencia por parte de las autoridades y el consumo de las sustancias tóxicas. Pero la botellona seguirá existiendo hasta que los jóvenes quieran cambiar de costumbres. Con todo ello no quiero decir que se siga permitiendo que se descontrolen y lo paguen destrozando el mobiliario urbano, ni con las disputas que llevan a auténticos asesinatos o a los accidentes por conducción temeraria.
Para terminar este bosquejo recordar que va a costar mucho trabajo ir solucionando los problemas de raiz. Hay que ir inculcándoles sin sermones que tienen que ir aprendiendo a convivir en derechos y deberes democráticos. Y que haya entre todos una mayor comunicación emocional. Es un trabajo arduo y difícil. Pero ni Parques de Ocio, ni Botellódromos, no creo sinceramente que sean la solución. Los jóvenes tienen derecho a la botellona porque así lo decidieron, pero tendrán que incorporar en sus conciencias conceptos de responsabilidad para convivir con el resto de los mortales. Y aplicándoles la ley de manera tajante de que el ruido es también contaminación y muy grave y que ello tiene delito. Pero también aplicando la educación en su más amplio sentido, cueste lo que cueste.

Manuel J. Márquez Moy , Director de la "Aventura Humana" y Miembro del Observatorio Internacional de Justicia Juvenil

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