jueves, agosto 21, 2008

"DUELO" por Elena Ochoa


Aunque centrada ahora en otros menesteres como la edición de libros artísticos, Elena Ochoa sigue siendo una persona encantadora. Cuento con el apoyo de su experiencia en Psicopatologías y nos regala una vez más un relato para la reflexión sobre el llamado periodo de duelo cuando perdemos a seres queridos. Sirva este relato para todos aquéllos que perdemos las personas que más hemos querido en nuestras vidas.


Hacía verdaderos esfuerzos para transmitir el terror que sentía cuando sus ojos se cerraban debido al sueño acumulado durante varios días sin dormir. Tenía la certeza de que, si se quedaba dormido, el espíritu de su mujer muerta se apoderaría de él y no volvería a ser capaz de tener pensamientos propios. “durante nuestra vida en común la engañé muchas veces, y ahora, perdida en el espacio inmenso y poderoso de los muertos, tengo la seguridad de que ella, mi esposa, quiere algún tipo de venganza”, dijo con expresión desencajada y entre frases entrecortadas de dolor, tratando así de expulsar la angustia que se había apoderado de él hacía ya un largo rato. Aquélla tarde de calor húmedo en Puerto Rico, tumbados en una hamaca blanca y mirando al cielo, escuché una de esas historias que raramente se leen en los libros.


Mi amigo había alquilado una casita en el valle más profundo de su tierra con el fin de aislarse de la civilización. Antes, había cerrado su despacho de San Juan, despedido a su secretaria y mandado a sus dos hijos con los suegros a la otra esquina de la isla, “nadie puede comprender lo que me está pasando, es tan extraño que ni yo mismo lo entiendo. Lo mejor es, pensé en principio, evitar el contacto con la gente y pasar esta experiencia solo. Lo que ocurre es que últimamente he perdido el control de mi persona y tengo la impresión de que voy a traspasar la barrera hacia algo para mí desconocido: no me puedo concentrar, mi mente dispara imágenes a mil por hora, me sorprendo hablando solo y esta vegetación exuberante a mi alrededor me oprime hasta llegar a faltarme la respiración”.


Irritado, sin probar bocado y alimentándose sólo a base de café negro, este hombre, que entonces no había cumplido todavía los 30 años, fumaba cigarrillo tras cigarrillo sin descanso. Mientras, me hablaba: “He perdido en estos dos meses más de 20 kilos y me espanta la idea de volverme loco...¿Tú crees que estoy loco?. Yo creo que no, pese a lo que digáis los que tratáis con asuntos mentales raros. Lo que realmente siento es miedo, pánico de no poder recuperar mi vida anterior, una culpabilidad que me lacera el alma por los fallos que tuve durante mi matrimonio, una angustia inefable ante la ausencia terrible de la mujer a la ue amaba por encima de todo. Ella ya no está y esto es para mí inaceptable. ¡Cómo le voy a pedir perdón de mis desastres!, ¡cómo voy a enfrentarme a la vida sin ella!. Es por eso que he elegido sumirme en el silencio de la vigilia y no dejarme atrapar por el sueño de la muerte. Mi madre, de hecho, pasó por algo parecido cuando se mató mi hermano en un accidente de moto: se metió en la cama y no salió en varios meses: ella luego dijo que allí, en la oscuridad de su habitación, se comunicaba con mi hermano.


Permaneció mutista y se conducía como una autómata , y un médico la diagnosticó una esquizofrenia catatónica. La trataron con muchas medicinas y con eso que se llama terapia electroconvulsiva; más tarde estuvo una temporada interna en un hospital de Nueva York, y tampoco mejoró: seguía sin hablar, sin expresión, con su cuerpo hierático y una mirada perdida en el infinito. Parecía una extraña figura de cera. Los especialistas dijeron entonces que no tenía solución, que la muerte de su hijo la había introducido en el túnel de una locura para la cual no había billete de regreso. Mi padre no se lo creía y no cejó hasta que visitó a mi madre, mutista e inmóvil, hasta que la visitó un profesor español que había trabajado en Puerto Rico y que entonces vivía en Estados Unidos. Después de explorarla le quitó, una por una, todas las pastillas y decidió sentarla por las mañanas temprano en una sala de hospital acondicionada para no sé qué terapias de adolescentes con problemas.


Paulatinamente, ante la sorpresa de todos, mi madre empezó a hablar, y en pocas semanas se hizo popular entre aquellos chicos. Regresó a casa al cabo del tiempo con la alegría y serenidad que siempre la había caracterizado. Desde entonces se dedica con mi padre, que ya es un carcamal, a ayudar a chicos y chicas con problemas de heroína. Aquel profesor español nos escribió una carta explicándonos que lo que mi madre había sufrido era un duelo, ese dolor necesario para superar la muerte de alguien muy querido. Ese duelo, en algunas culturas caribeñas y también en otras no contaminadas por la modernidad, no consiste en llorar y lamentarse, sino en un ensimismamiento que algunos toman por locura”.


Mi amigo siguió hablando durante horas, durante días y meses. Recorrió su vida con palabras, con gestos agitados y silencios rotundos, paseó sus memorias más íntimas por aquel verano caluroso borinquen. Sin descanso, con café y cigarrillos como únicos compañeros. Una noche, sería ya por noviembre, cerró los ojos sin miedo y durmió. Durmió por fin ese mal sueño de la ausencia.

Elena Ochoa es Psicopatóloga y colaboradora del Programa de Investigación “Las Huellas de la Memoria”, aunque actualmente es editora.

1 comentario:

  1. Anónimo10:07 a. m.

    Sabias palabras de la orensana Doctora Elena Ochoa

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