Fotograma de la polémica película "La pasión de Cristo" de Mel Gibson
Existe actualmente desde hace unos años una literatura esotérica sobre temas religiosos y evangélicos. Antonio Piñero Sáenz es de los pocos Catedráticos de Filología Griega especializado en cultura neotestamentaria y una de los científicos españoles de más prestigio en todo el contexto histórico de la época de Jesucristo. Domina lenguas como el arameo, el siríaco, lo que le han ayudado a estudiar durante más de treinta años los legajos originales repartidos por el mundo referentes a la época de Jesucristo. En este interesante artículo nos expone una parte de sus estudios basados en lo que dicen los documentos originales de la época. Es autor de decenas de libros, articulista y conferenciante.
Si hay una pregunta que se me haya repetido una y otra vez con ocasión de diversas intervenciones en público es ésta… Incluso alguno me ha llegado a decir, en el turno de preguntas de una conferencia, que “Es bien sabido que la ciencia sostiene que este personaje no existió nunca”. Esta última afirmación es rotundamente falsa: la ciencia histórica no sostiene tal cosa en su inmensa mayoría. Pero ¿existen argumentos contundentes para demostrar científicamente la existencia de Jesús?
Lo que quiero tratar aquí es: existe un poderoso argumento de los llamados de “crítica interna”, para demostrar la existencia histórica de Jesús, que está delante de nuestro ojos pero que casi nadie ve.
En un programa de televisión en el Canal 4, “Cuarto Milenio”, a propósito del recientemente descubierto Evangelio de Judas, el presentador Iker Jiménez me formuló una vez más esta pregunta. Yo respondí: “Hay pocos argumentos, ciertamente”. Al momento las líneas de teléfono del programa comenzaron a echar humo con gente que protestaba a propósito de mi afirmación “pocos”. Son pocos, pero los hay.
Es necesario, pues, aclarar y matizar. “Pocos” se refiere a testimonios de historiadores importantes del mundo antiguo, externos por completo al cristianismo, y cercanos a los hechos. Es decir, textos de obras históricas independientes del cristianismo que proporcionen un testimonio fehaciente de que Jesús existió.
Es sabido que en realidad se reducen a dos: el del historiador judío Flavio Josefo, en su obra Antigüedades de los judíos XVIII 63-64 y XX 200 (obra compuesta hacia el año 93 d.C.), y el del historiador romano Tácito, que en su obra Anales 15,44,3 (compuesta hacia el 116-117), y en la que afirma: “Este nombre de cristianos viene de Cristo, que fue ejecutado durante el reinado de Tiberio por el procurador de Judea Poncio Pilato”.
Estos dos textos son muy conocidos, y no voy a tratar de ellos en este momento. Sólo decir que se discute mucho sobre ellos, aunque la inmensa mayoría de los investigadores se inclina por su autenticidad.
Naturalmente, existen además de estos dos, muchos documentos cristianos que dan testimonio de la existencia de Jesús, empezando por los Evangelios. Pero los escépticos afirman con razón que son testimonios partidistas: están a favor del personaje, están imbuidos por la fe en él, y por tanto su credibilidad es más que dudosa.
Tampoco voy a entrar ahora a discutir este argumento en sí, y a dilucidar qué hay de historia verdadera y qué de propaganda religiosa en le Evangelios. Mi idea en este momento es otra, como afirmé al principio: existe un poderoso argumento a favor de la existencia histórico de Jesús que está delante de nosotros y que la mayoría no acierta a ver. Este argumento pertenece al ámbito de la crítica literaria e histórica interna a los documentos, es decir a la crítica que se ejercita con los documentos tal como están y han llegado a nosotros.
En concreto, si consideramos los evangelios, el argumento a favor de la existencia histórica de Jesús puede resumirse así: “Si Jesús fuera un invento de los evangelistas, lo habrían inventado de un modo que no les produjera tantas dificultades, tantos dolores de cabeza a la hora de mostrar quién era el personaje”.
Pongo rápidamente un ejemplo: la escena del bautismo de Jesús.
Para aclarar este ejemplo, intentaré meterme imaginativamente en la piel de un escritor evangélico. Si yo, como evangelista, me invento la escena del bautismo de Jesús a manos de Juan Bautista, y la dibujo de un modo similar a como aparece en los llamados Sinópticos (Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, sería un poco tonto, porque me estoy inventando una escena que va a producir a mí, y a mi Iglesia un buen monto de dificultades teológicas… algunas difícilmente superables.
En efecto, mi Iglesia, a finales del siglo I, ya cree que Jesús es el Hijo de Dios real y por esencia, no en lenguaje figurado, por tanto un ser sin pecado, absolutamente puro como Dios que es. Este Jesús visto de esta manera se llama técnicamente el “Cristo de la fe”. Por tanto se planteará a los fieles de modo inmediato la siguiente pregunta: ¿Para qué necesita un ser sin pecado bautizarse con la gente, recibir un bautismo que por esencia misma está destinado al perdón de los pecados?
Y que esta dificultad fue sentida, que así ocurrió efectivamente, lo muestra la manera cómo un evangelista detrás de otro trata esa escena y cómo procura explicarla y arreglarla. Al caer en la cuenta de las dificultades teológicas que el bautismo de va a suscitar entre sus lectores intentan por todos los medios darle una aclaración…, y esta explicación se hace añadiendo cosas a la escueta noticia de que “Jesús fue bautizado por Juan Bautista”… o modificándola.
El evangelista Marcos presenta el hecho con relativa sencillez, pero tiene la necesidad de añadir a la escena del bautismo un elemento maravilloso, una “teofanía” o aparición divina, que manifiesta a las claras que ese Jesús es algo distinto a los pecadores corrientes:
Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. No bien hubo salido del agua vio que los cielos se rasgaban y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: “Tú eres mi Hijo muy amado; en ti tengo mis complacencias” (Mc 1, 9-11).
El siguiente evangelista en orden cronológico probable, Mateo, cae ya en la cuenta con mucha mayor viveza del problema teológico que hemos mencionado: ¡Jesús, absolutamente sin pecado, recibe un bautismo para remisión de los pecados! Mateo entonces –de su propia cosecha- enriquece la historia con un diálogo justificativo de este hecho entre Juan Bautista y Jesús:
Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” Le respondió Jesús: “Déjame ahora, pues así conviene que cumplamos toda justicia”. Entonces lo dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua, y en esto se abrieron los cielos… (Mt 3, 13-16).
Lucas, el evangelista siguiente, que escribe probablemente un poco después de Mateo, siente la necesidad de arreglar aún más el cuadro, y actúa con gran astucia literaria. En primer lugar antepone cronológicamente a la escena del bautismo de Jesús la encarcelación de Juan Bautista (3, 19-20). De este modo cuando llegue para Jesús el momento de ser bautizado, Juan Bautista ¡se halla en la cárcel! Implícitamente, el lector debe obtener la consecuencia de que Juan no pudo bautizarlo… Inmediatamente después del encarcelamien¬to, el evangelista Lucas describe la escena del bautismo, sin nombrar a Juan:
Cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús, y puesto en oración (añadido típico de Lucas), se abrió el cielo… (Lc 3, 21).
El cuarto evangelista, a quien la tradición llama Juan, que escribe unos veinte años más tarde, corta por lo sano y elimina el problema teológico de raíz: omite por completo la escena del bautismo y se limita a referir el testimonio, muy positivo, de Juan Bautista sobre Jesús:
Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: Viene un hombre detrás de mí, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo…” (1,29-30).
Este testimonio se repite varias veces, pero nunca se menciona el bautismo (Jn 1, 19; 1, 36; 3, 27).
El lector atento de los evangelios puede observar, pues, cómo un problema teológico, el bautismo de un personaje que se piensa sin pecado, Jesús, se va “arreglando” por medio de una reelaboración progresiva de la historia, hasta llegar al Cuarto Evangelio, que evita el problema omitiéndolo. Su autor no sólo elude la cuestión, sino que pone en boca de Juan Bautista unas palabras sobre quién es realmente Jesús propias de su teología particular, es decir sólo concebibles en boca del autor y no del Bautista, en momentos ulteriores de la vida del grupo cristiano, a saber cuando ya era firme la creencia en la resurrección, en la divinidad de Jesús y que su muere había sido un sacrificio redentor como el cordero de la Pascua.
¿Qué se deduce de este análisis literario e interno a los textos mismos?
Varias cosas e importantes:
1. El bautismo de Jesús fue un hecho histórico y de trascendencia, pues los evangelistas tuvieron que contarlo a pesar de la cantidad de problemas que ese hecho les planteaba a ellos y sus lectores.
2. Consecuentemente Jesús, de quien se cuenta tal hecho, hubo de existir históricamente. Cualquier otra hipótesis es absurda.
3. Si el personaje Jesús fuera absolutamente inventado, lo habrían “construido” los escritores evangélicos más consecuentemente: no habría diferencia alguna entre el “Cristo de la fe” y el “Jesús de la historia”. Los evangelistas no habrían inventado escenas que luego iban a costar a la Iglesia posterior un enorme dolor de cabeza teológico.
En resumen, si Jesús fuera un puro invento literario de los primeros escritores cristianos, siguiendo el modelo de una divinidad de salvación de la época, como supone la tesis de que Jesús “no existió realmente”, no habría habido problema alguno: tendríamos una narración sin sobresaltos ni problemas teológicos: los evangelios habrían sido diferentes.
Antonio Piñero es colaborador del Programa de Investigación "Las Huellas de la Memoria"