domingo, octubre 30, 2011

"LA MUERTE, ¿EL FINAL DE UNA ILUSIÓN?" por Manuel J. Márquez Moy

"Gracias al desarrollo de la cultura, en su más amplio sentido, el hombre entretiene su existencia, con la mirada perdida en el horizonte marismeño, mientras madura su paso por la Vida"


Decía irónicamente una llamativa frase, no te preocupes mucho por la vida porque no saldrás vivo de ella.

La muerte es algo que generalmente a todos nos angustia, nos asusta, nos inquieta. Saber que desde que nacemos ya caminamos inexorablemente hacia una muerte más temprana o más tardía nos inmoviliza por un momento, hasta que aparcamos tal idea, resignados que a todos nos llegará la hora en la que tendremos que enfrentarnos a ese trance que tanto nos preocupa.



La muerte, especialmente para nuestra sociedad occidental viene siendo desde tiempos inmemoriales un tabú. Hablar de la muerte es casi una superstición, es un asunto que causa mucho respeto. Entendemos que en la mayoría de los casos supone una tragedia, un auténtico drama cuando no se espera, o cuando uno llega a ella tras un proceso difícil de asimilar y asumir; es cuando el sufrimiento precede a esa expiración que conduce al ser humano a la inexistencia. Entonces surge la incomprensión. El porqué nacemos, luchamos en esta vida, nos la complicamos incluso con el resto de los mortales, si después todo se acaba.La verdad es que desde el nacimiento de la civilización occidental hemos ido ensombreciendo y afeando la muerte.



El sentimiento de vacío es tan intenso, es tal el desamparo, que como dice Antonio Gala: el hombre echa mano de poderes sobrehumanos que lo protejan de los humanos que le son hostiles, echa mano de poderes de un más allá que sosiegue su desconsuelo, su angustia De todos modos lo más extendido son amuletos, iconos, símbolos protectores que suavizan la ansiedad.. Incluso se han incorporado ritos y costumbres que nos hagan coquetear con la muerte en amplias filmografías, los carnavales tienen también ese transfondo,  la moda de “lo gótico”, Halloween, y la controvertida fiesta de los toros, entre otras concepciones.



Nacemos para morir. Demasiado simple para ser verdad. Entonces echamos manos de vidas eternas en entornos celestiales que consuelen nuestra frustración, echamos manos de dioses, de exorcistas, de incógnitos temblores, de fantasmas, de espíritus que nos confirmen que no estamos solos ante la muerte, ante un más allá que nos niegue que morir es igual a la nada. Demasiado simple para ser verdad, nacer sólo para morir.



Se nos desencaja el rostro pensar que abandonaremos este otro paraíso o infierno, según para quién, camino de la nada. Y el humano se resiste a ser sólo cenizas bajo la tierra. Tiene que haber algo –decimos-. Después de todo esto tiene que haber algo.



De hecho así lo creyeron y lo creen todas las culturas prácticamente de la Tierra. Los egipcios creían que los justos accedían a una barca solar donde se codeaban con los dioses y vivían la eternidad junto a su familia y amigos. Los sumerios creían que tras la muerte llegaban a una tierra paradisíaca habitada por inmortales, los celtas creían en otro lugar también de inmortales donde era habitual la alegría y donde se celebraban continuamente fiestas; y para algunos indios de las praderas americanas el cielo o el más allá era una región muy similar a esas mismas praderas en las que vivían, pero con la particularidad de que iban a encontrar mucha más caza.



Lo relevante para nuestra actual cultura dominada o derivada de las tradiciones clásica-judeocristianas es creer en un lugar llamado cielo para los justos, gozando de la presencia de un Dios Universal, o un lugar llamado infierno para los injustos. No vamos a analizar los entresijos de nuestra cultura derivada de esa tradición clásica-judeo-cristiana, pero es a partir de la aparición en le escena de la Historia de Jesucristo, o Jesús de Nazaret cuando la muerte cobra un mayor sentido. El ser humano cree entonces en la esperanza de que la muerte sólo es el paso a una mejor vida, un tránsito hacia un mundo no muy bien descrito en el libro sagrado de los cristianos. Podemos afirmar que hubo otros personajes que expusieron otras alternativas a la muerte, como Buda, Mahoma, el mundo de Zaratustra y una larga lista. Pero ha sido Jesús de Nazaret o sus sucesores-Pablo de Tarso- el que llega a dar con una mayor repercusión la respuesta básica que muchos ansiaban para salvarse del infierno, a través de la resurrección, (concepto presente en otras religiones). El triunfo sobre la muerte por medio del alma. Y la religión aprovechó durante centurias muy bien el mensaje para rentabilizar la muerte. Se apropió de la debilidad humana ante la incertidumbre de lo póstumo, de la ultratumba, para dominar nuestros destinos.


Quizá la muerte sea realmente un descanso eterno, un paso a una mejor vida o a un infierno. O quizás tras la muerte nos espere la nada. El final de una ilusión.

Manuel J. Márquez Moy, Director de "La Aventura Humana"

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