La fortuna de la poesía es haber caído en desgracia. No me la imagino de otra forma que en este estado. Alguien te dice: ¡Eres escritora, qué bueno!. Y tú te ves obligada a aclarar para no confundir al que afirma ingenuamente con voz emocionada (en nuestro país ser escritor sigue siendo todo un acto de insurrección audaz). No, bueno, yo escribo poesía. Contestas bajando dos décimas de voz, como si tuvieras que justificar esa hija bastarda del rey que se codea insolentemente con la corte pero sabiéndose desheredara del feudo paterno. ¡Ah! – dice finalmente -, eres poeta...No lo ratifica, sino que en la mayoría de los casos lo hacen en un tono interrogante, como queriendo constatar esa condición que por nada del mundo hubieras abanderado en el pasado desde el momento en que los versos te quitaron el sueño. Ese estado que se detesta pero que se ama, se necesita y que se hace imprescindible en los días que te queden de por vida. La poesía sin infortunios no existiría al igual que el hombre tampoco hubiera sobrevivido sin su condición de espectador ante la intemporalidad de su acciones.
Aquí comienza la primera maldición del poeta: escribir desde el silencio admitiendo su propio sino, la confirmación de lo que se es irremediablemente. Más tarde te das cuenta que esa el la única manera de perpetuarnos en el panorama literario actual. Y más vale que nos vayamos acostumbrando desde el principio a que también el silencio por respuesta encierra muchas interrogantes y donde quizás, en alguna de ellas esté la clave de tu permanencia. Porque los poetas nos hemos acostumbrado a mirar lo que nos rodea desde el prisma de un calidoscopio tan
versátil como necesario, donde casi todo se percibe de infinitas formas. Se nos anima a entrar en una carrera paralela a la narrativa prevenidos de que no hay objetivos esperanzadores a la creación que nos permitan una tregua mínima y justa para seguir en ella. Al fin y al cabo la creación es solitaria y los poetas estamos acostumbrados a trabajar y recibir el reconocimiento de igual manera. Vivimos de lo que hay después de la poesía, sin nómina anticipada ni garantía de reembolso. Es muy difícil sumirse en los versos cuando lo que espera afuera es francamente desolador. Pero este es el reto y estoy segura de que el resto de mis compañeros son conscientes de lo que estoy diciendo. Somos representantes de nosotros mismos, caminamos por la escritura con las espaldas descubiertas y la convicción por lo que creemos acorazada.
versátil como necesario, donde casi todo se percibe de infinitas formas. Se nos anima a entrar en una carrera paralela a la narrativa prevenidos de que no hay objetivos esperanzadores a la creación que nos permitan una tregua mínima y justa para seguir en ella. Al fin y al cabo la creación es solitaria y los poetas estamos acostumbrados a trabajar y recibir el reconocimiento de igual manera. Vivimos de lo que hay después de la poesía, sin nómina anticipada ni garantía de reembolso. Es muy difícil sumirse en los versos cuando lo que espera afuera es francamente desolador. Pero este es el reto y estoy segura de que el resto de mis compañeros son conscientes de lo que estoy diciendo. Somos representantes de nosotros mismos, caminamos por la escritura con las espaldas descubiertas y la convicción por lo que creemos acorazada.
El concepto “agente literario” es una utopía difícilmente realizable, mientras que por otra parte se nos insta a vendernos bajo la advertencia de permanecer o no según lo hagamos. Todo lo demás es accesorio o resultado de la suerte, prima carnal de las musas. Mientras tanto se habla de rescatar la poesía, de encumbrarla al protagonismo que tuvo en mejores tiempos. Pero pesa demasiado el legado del Siglo de Oro o las generaciones del 98 y del 27 –con la consiguiente producción de la poesía del exilio-.
Para justificar que la poesía sigue viva hemos ido añadiendo denominaciones a los diferentes movimientos que no hacen sino en reversar más si cabe el desconocimiento general por tanto revuelo de nuevas corrientes poéticas. El lector se siente confuso ante este esquema donde no sabe dónde empieza una y acaba otra, y a la hora de elegir finalmente cede ante el peso de la crítica que es quien realmente marca quién está o quién se queda fuera. Pensemos en los datos que sacan a la luz el número de seguidores de poesía. El principal consumidor de poesía son los propios poetas y el más fiero adversario no se encuentra en ninguna lista de los más vendidos, sino al lado nuestro, en la sombra de los demás poetas. La competitividad furtiva es nuestro peor enemigo, y hasta cierto punto es hasta comprensible, dadas las escasas oportunidades que ofrece el mercado literario para promociones y apoyo al género. No se trata de forjarse una carrera, sino sencillamente permanecer sin demasiadas críticas negativas. Ahí es nada. Sin quererlo ni buscarlo nos hemos encontrado en algún momento dado en este punto. Todos sospechosos de publicar, de una buena crítica, de la presencia más o menos notable en el circuito poético.
¿Qué hacer con los gestores o instituciones sin escrúpulos que prometen sucesivas llamadas tras ofrecer una intervención a muchos de esos poetas a sabiendas de que la parte económica que les corresponde se queda en el camino entre la subvención y ellos mismos?. Se nos pide voluntad y versos y demasiadas cosas a los poetas que podrían acabar con la paciencia de cualquiera. Pero aquí seguimos, irremediablemente convenciéndonos de que esto no puede durar mucho, que algún día las cosas serán diferentes.
Sin embargo y afortunadamente, no en todos los casos es así. Queda mucho por hacer en la diversidad de la cultura literaria. Un ejemplo de ella es la brecha que aún queda por cicatrizar entre los poetas de habla hispana. Numerosas instituciones hacen hincapié en la importancia del cruce de culturas entre un lado y otro del océano. Editores y distribuidores llevan a cabo un programa de difusión para que los libros y sus autores se hermanen en la lengua española. La gran ventaja de tener un idioma común anima a muchos de éstos a apostar por la expansión de títulos recientes logrando una alianza en la poesía muy enriquecedora. Lo sabemos, y unos y otros cruzamos al otro lado con la esperanza de ser acogidos y recibidos con la principal baza de que seremos leídos en nuestra lengua, con la seguridad de que nada se puede escapar de no ser comprendidos.
El interés que suscita la poesía española en Europa parece menor que el que lo ha hecho la hispanoamericana. Todavía queda mucho trabajo dentro de nuestro país para que la poesía brille con luz propia y que recupere el protagonismo que se merece. Así que no es de extrañar dadas las circunstancias que en el camino de superar este problema sigamos perdidos en innovar otros fuera del nuestro. Los autores necesitan urgentemente que las instituciones privadas y gubernamentales junto con el sector editorial aúnen más sus esfuerzos en la promoción y difusión de los nuevos valores que son sólo apreciados por una minoría. De esta manera se lograría acceder más fácilmente a este entramado de las letras donde sólo un pequeño grupo dispone una serie de ventajas y la patente de la fórmula mágica para permanecer en óptimas condiciones. Se hace necesario en primer lugar la recuperación de la identidad poética actual para poder ofrecer al resto del mundo mucho más que una muestra de lo que hay realmente en España. Es imposible plantearse la recepción de la poética española fuera de nuestras fronteras sino
contamos con la ayuda necesaria para ello.
No obstante, no podemos dejar de recordar que el principal obstáculo para la poesía española dentro de Europa sigue siendo el idioma. Ante todo, el poeta necesita ser comprendido si quiere ser aceptado. Esto, claro, son palabras muy fáciles de decir, pero se abre la inquietante duda de nuevo de quiénes serán los que difundan la voz del poeta, quiénes los elegidos. Mucho podría decirse de la necesidad de una buena traducción del poema, dato esencial para la divulgación de la poesía al resto de estos países. Tan importante es una buena trascripción de la obra como la confianza de una editorial que se preocupe de la calidad y propagación de dicha labor. Son un
número muy escaso las que lo llevan a cabo más por falta de medios que por la fe depositada en sus autores. La buena noticia es que se siguen dando ayudas a la traducción a través de los organismos privados y oficiales que antes citaba. La mala es que no son suficientes, nunca lo son.
Y no es que sea vital el que un autor tenga que ser traducido. No olvidemos que sigo hablando de poesía, el mercado literario más difícil de lidiar. Pero lo es desde el momento en que se empieza a publicar, desde que en tu currículo aparezca la dichosa frase “su obra ha sido traducida a varios idiomas”. Esto da empaque a la carrera literaria, no cabe duda. Pero no nos engañemos, lo que de verdad importa es quién nos ha traducido y qué editorial ha sido la que ha hecho posible esta cuestión. Ahí estaremos comprobando el nivel de calidad de la obra fuera de las fronteras de su país de origen. Es evidente el enorme contraste que se presenta entre la narrativa y la poesía, la primera mucho más presente en la traducción que la segunda, por tanto más difundida y prestigiada en las dos última décadas con autores españoles de constatado prestigio. En este sentido, habría que debatir probablemente la reconstrucción del texto, la reescritura del poema.
Hay quienes sostienen que sólo un poeta puede traducir a otro poeta...me pregunto que ocurriría si pasara lo mismo con la narrativa. A los poetas nos quedan otras salidas, que lejos de ser la vía habitual también están ayudando en buena medida a que su obra se abra paso y sea conocida. Me refiero a las redes virtuales capitaneadas por el gran fenómeno internet: Blogs, bitácoras, webs personales, portales virtuales de poesía. Toda la información desmenuzada en tiempo real, sin esperas ni impuestos. Una biblioteca que alimentará la necesidad del conocimiento poético de todo aquel que quiera acercarse a la poesía sin esperas y con el único fin de conocer más las nuevas voces o deleitarse con los consagrados. Siempre nos quedará el recurso de la autopromoción como fórmula de permanencia. Podemos autocitarnos, autotraducirnos o autoliquidarnos sin tener que pedir permiso a nadie y sin importarnos lo más mínimo cuál es la opinión del que nos lee. El que no se conforme hoy en día es porque no quiere...
Pero sobre todo, no olvidemos que tendremos que seguir haciendo otras cosas cuando desconectemos la pantalla luminosa. Hay que seguir apelando al buen hacer de cada uno de nosotros con las mismas ganas y sin caer en el victimismo y la incomprensión como arma de defensa. Proponer más ayudas a la creación con más margen de edad para optar a ellas (las que hay son pocas y sólo para “novísimos”). Más repercusión en los medios de comunicación –festivales, encuentros y recitales en negrita- . Una ley que obligue a una revisión exhaustiva de los derechos de autor que evite “servir en bandeja” la obra del poeta por un porcentaje de estos derechos menor de un 10%.
Más subvenciones a la traducción para editoriales españolas y extranjeras. Más premios para la traducción literaria y la divulgación de nuestro idioma fuera de nuestro país. Más lecturas para niños y jóvenes asistidos por programas donde se muestre el pulso real de la poesía contemporánea. Estoy segura de que pido mucho sí, pero después de todo, los poetas también se cansan de estar callados porque verdaderamente sí que es una desgracia vivir en el silencio. Y eso sólo lo deben saber los versos que son los que de verdad lo demandan.
Cecilia Quílez es Poeta, tiene publicado tres libros y una antología hispano-lusa con otros autores. Próximamente saldrá a la luz "Vísteme de largo". Además es colaboradora del Programa de Investigación "Las Huellas de la Memoria"