martes, enero 08, 2008

LA TERCERA ESPECIE DEL PODER


Luisa Isabel nos relata a su manera una de las tantas formas de ejercer el poder que hoy se practica desde la política, la justicia o empresarios de postín.


Cualquiera que sea el sistema, regresión cultural, iniciada por un descenso en la calidad del producto intelectual y degradación de la enseñanza, han de preceder a recorte de libertad, que de no haber sido cercenada la capacidad de elucubración colectiva de origen, llamada vulgarmente “sentido común”, no sería posible ni consentida. Peor instruidos los alumnos de hoy, lo estarán los maestros del mañana, creándose cadena abocada a dar en la estulticia.

Si las limitaciones se prolongan en el tiempo, el embrutecimiento se constituirá en tara genética. Y en objeto de escarnio y malos tratos, el que se obstine en distinguirse, al persistir en el vicio de elucubrar, alcanzando el segundo grado. Cuando esto suceda – lo peor es que está sucediendo -, habrá llegado la hora de gloria a fauna de la política, a la que cuadran, como anillo al dedo, los calificativos de “sacamuelas” y “sacamantecas”.

Sin porvenir en sociedades pensantes, pues los tales, enunciado el fin, son incapaces de atender a la de demanda de responder al “¿cómo?”, enunciando en los medios, los que han emprendido el camino, quieren inferiores ignorantes, por ser garantía de que no se estrellarán en el tropiezo del obstáculo dialéctico, de la contradicción insalvable. El que ha sido educado para memorizar sin discernir, sucumbe al engaño, cediendo a la adulación sin resistencia.

Siempre agradable escuchar lo que se desea oír. Doblemente dejarse convencer por quien lo cuenta, prestándole credibilidad, el “sacamantecas” ejerce de “líder” peligrosamente convincente. Informado del pensamiento y en especial el deseo insatisfecho de la mayoría, prometer satisfacerlo, sin tener intención ni posibles, es mentira sin costo, pues el cheque en blanco de la victoria electoral, exime al beneficiario de responsabilidades. No habrá de dar explicaciones ni rendir cuentas, porque el voto es el único instrumento al alcance de los electores, para pedirlas. Sin elecciones en perspectiva y próximas, jueces y tontons macoutes se encargan de controlar la protesta.

Dotado el aspirante o propietario de poder, en lo económico o político, de fino instinto para detectar a quien conviene halagar o comprar, establece sólida red de influencias, en base al intercambio de favores y de chantajes. Predica la ética, que desprecia, adaptando el discurso a las circunstancias y los actos a su conveniencia. Al carecer del freno de los principios y el incentivo de una ideología o proyecto de estado, el respeto del “político especulador” a los gobernados, termina donde aconseja su interés o su miedo, siempre en función a la capacidad de las fuerzas de represión de que dispone, cuya fidelidad se asegura, generalmente por compra. Amo de vidas y haciendas, dispondrá de poder económico ilimitado, usando la máquina de hacer leyes y la justicia, para expropiar el trabajo y los bienes del pueblo.

No aprendió, porque no le concierne, que del desarrollo de proyectos individuales, depende la riqueza común. Y que estos proyectos, para ser realizados, precisan de reglas claras, precisas y estables, que estorben lo que pueda perjudicar a terceros o al conjunto. Y favorezcan aquello que le beneficia. El legislador con sentido de estado, desbroza la legislación del lastre heredado, actualizándolo en función de la necesidad, partiendo del principio de que lo no prohibido está permitido, prohibiendo o tipificando el delito, en función a la necesidad y el bien común. Enmienda las situaciones injustas, pero contemplando los efectos secundarios de la medida, formulándola de manera que en la práctica no sea causa de injusticias y abusos inéditos

El estadista no legisla por legislar, ni por satisfacer la vanidad de crear una ley, que perpetúe su nombre. Legisla lo menos posible y con la mayor claridad, porque es consciente de que una legislación estable y precisa, favorece el progreso hacia el bienestar. Al tener sentido de la necesidad y de los límites de lo posible, sabe establecer orden de prioridades, que anteponiendo lo necesario a lo superfluo, impide el espectáculo de manifestaciones de poder faraónico, sobre la miseria.

El logrero de la política, ambiciona el poder por el poder. Le atrae el honor y la prebenda, sin asustarle responsabilidades y dificultades, porque no se le pasa por cabeza asumirlas. Aupado al poder por partidos, formados por individuos cuyo porvenir económico depende del cargo o la prebenda que reparta la organización, debe el triunfo a la ignorancia de electorado. O la imposibilidad de elegir.

Complicado solventar problemas reales, sabido que administrar y distribuir los caudales públicos, en beneficio del conjunto, no hace amigos ni procura poder económico al partido ni a los leales, disimula el despilfarro y el dispendio, a mayor gloria propia y de los propios, predicando al país que el conjunto comparte el honor, manifestando actividad con diarrea legislativa.

Hacer leyes no exige inversión. No hay que pagar extraordinarios a quienes la redactan, discuten y aprueban, porque tienen salario fijo, anejo al cargo. Pueden salir erradas, creando problemas más graves que el solventado, reglamentar lo que no necesita ni debe ser reglamentado o no servir para nada. Pero tienen la ventaja de no crear problemas. Aprobadas, el gobernado habrá de acatarlas, sin contestarlas, sometiéndose sin chistar al desatino, mientras permanezca vigente.

Las hay que no pasan de promesas electoreras, por inviables, no faltando reglamentaciones que de aplicarse terminarían con empresas y empresarios, porque es objetivamente imposible ingresar lo que en teoría se habría de pagar al trabajador, que por otra parte, si ganase efectivamente el salario mínimo, no podría subsistir. Enfatizamos refiriéndonos a la Constitución, como el creyente a los libros sagrados, pero el hecho es que buena parte de sus mandatos, que en palabras hueras. No se respeta la libertad de expresión ni el derecho a la información, se prohíbe o estorba la formación de asociaciones, que nada tiene de delictivas, pero que al ir por libre, son molestas, se para en la cárcel por usar de la libertad de manifestar, en la calle y por la pluma y es evidente que no se ha puesto al alcance de todos los españoles una vivienda digna. Ni un trabajo digno al de quienes quieren trabajar, que por suerte para el poder, no son ni mucho menos mayoría.

En vísperas de elecciones, se enuncian y hasta se promulgan leyes, buscando el voto de una mayoría, que según parece se supone integrada por vagos y maleantes, de las de echarse las manos a la cabeza. Por fortuna no suelen cumplirse, pues las únicas que promulgadas, se han cumplida a la letra, han tocado a la subida de los emolumento, que perciben los políticos. Y de los impuestos, que pagan los ciudadanos. A la luz de la ley, tenemos la mejor sanidad pública del mundo. Pero no a la luz de la práctica. Quizá tengamos las viviendas más caras de Europa, en relación calidad – precio, siendo conocido que en las zonas fronterizas, la tendencia de hacer la compra al otro lado de la muga, no se debe al capricho.

Lo malo de las leyes absurdas, es que se le pierde el respeto a la ley. Cada cual a su nivel, procura escaquearse. Y deja de hacer lo que haría de por sí. Sintiéndose en libertad provisional, pues conservar la libertad se convierte en cuestión de suerte, pierde por extensión el respeto a las instituciones y el sentido de patria. Porque por mucho que le repitan que le pertenece, lo que ve y entiende es que pertenece a un amo, que en cualquier momento y si así se le antoja, podrá tener el capricho de crear una ley, que le permita disponer de su vida y hacienda.

Es curioso, pero en el siglo XXI ha renacido, en toda su pureza, el de la España misérrima del mal llamado Siglo de Oro. Un siglo en que al rey se le conocía por los oficiales de levas y los cobradores del fisco. En el que la figura del rey, era la encarnación del reino.
Luisa I. Álvarez de Toledo (Duquesa de Medina Sidonia)


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