Los que controlan el mundo en el siglo XXI, conocieron la sociedad de consumo, pero no las guerras del XX. Coetáneos del "ocaso de las revoluciones", no vivieron el fascismo, ni tuvieron tiempo de conocer los éxitos y fracasos del comunismo soviético, conviviendo con una China que relegando la cuestión ideológica, pone el acento en el crecimiento económico, apelando a la iniciativa privada, consciente de que no es posible desde el dirigismo de estado. Prudente y paulatina la liberalización, sin alterar la estructura de partido único ha conseguido un país en crecimiento acelerado, en contraposición con la Rusia, estancada por el dirigismo intelectual, el protagonismo partidista y la burocratización. Fue la causa real de la caída del sistema, derribado porque el pueblo deseaba las libertades políticas y la de consumo, anejas a la democracia. Y los dirigentes la de acumular riqueza.
La privatización y reparto de la riqueza nacional acumulada, creó una clase de nuevos ricos, que se comportaron como tales. Y una mayoría de funcionarios y parados misérrimos, que no lograban comprender por qué no pudieron conservar lo que tuvieron, en el orden nuevo. Los primeros años del cambio, recordaron las grandes hambres de la Rusia del Zar, mejorando la situación económica en el periodo de Putín, al precio de caer en nueva forma de dictadura.
No son los rusos actuales los artífices del gran cambio de los ochenta, pero sí sus criaturas. Conversos y recién llegados al capitalismo de la concentración de la riqueza, hasta sus últimas consecuencias, esqueletos de fábricas, rodeados de viviendas de obreros y chalets arruinados, que alojaron directivos, recuerdan los años de crecimiento, en regiones hoy depauperadas. Fue la textil el motor, pero al devaluar la fibra sintética ha expulsado del mercado lana, lino y algodón, relegando a la mediana empresa, al ámbito de lo artesanal. La multinacional no compite en calidad. Lo hace en precio. Encarecidas las fibras naturales, por exigir mayor inversión en trabajo, la demanda se ha reducido, devaluando la materia prima, por no tener salida.
Al periodo de las multinacionales productivas, ha sucedido el de las multinacionales de la especulación. Propietarias de toda la riqueza, a través del préstamo, tropiezan con los efectos de la aplicación del "pensamiento único" y lo "políticamente correcto". Creada la teoría porque el sistema, obsoleto y sin argumentos, fiaba su pervivencia en la desmovilización de las masas, no tardó en cambiar el planeta en mosaico variopinto de “formas” políticas, supuestamente periclitadas, que regresan de la noche de los tiempos.
Aún siendo efectivo el sistema, no habiendo instrumento que imponga respeto a la ley al que decidió violarla porque controla la fuerza, el gobernante demócrata, metido a tirano, prefiere mantener en la reserva las armas pesadas, acudiendo a las futiles, que con ayuda de las multinacionales de la cultural, para aplicar tratamientos masivos y de choque, que hacen del individuo objeto maleable.
No favorecer la ductilidad al reformador, que a más de necesitar ser comprendido, precisa de fidelidad, pues al tropezar determinadas reformas con los intereses de los poderes fácticos, únicamente contando con apoyo decidido de la base, podrá llevarlas adelante. Pero al estar este género de político en extinción, a más de no ser del gusto de la oligarquía, la maleabilidad de la opinión, se entiende como bien absoluto. Permite prescindir de la fuerza, remedio de urgencia, que detiene la contestación en lo superficial, pero favorece la expansión en profundidad de un sentimiento de rechazo, que como hemos visto puede derribar desde su interior los sistemas más sólidos, apenas apunta el reemplazo.
Que el monolítico, dictatorial y consolidado sistema soviético, se derrumbase como castillo de naipes, porque se puso en contra a un pueblo inerme, privado de los derechos básicos y sometido a un dirigismo intelectual feroz, ha dado que pensar. Descubierto que en política no existe el vacío, perdurando lo que hay, en tanto no surja teoría estructurada de sustitución, el sistema ha encontrado solución de continuidad, en poner los medios para impedir que prenda, sabiendo que no está a su alcance, impedir que surja.
Imposible garantizar que el portador de ideas claras, coincidentes con el interés de la mayoría, no se colará en el poder, la oligarquía pone los medios para que la mayoría no esté en situación de detectarlo. Partiendo del principio de "que la información es poder", pero sabiendo que quien se empeña en informarse lo consigue, los expertos en conductismo han logrado, aplicando técnica admirable, desinformar a las masas, sin suscitar protestas, porque las mayorías, no tienen el menor interés por informarse. En cuanto al saber, se contentan con el sucinto para ejercer su profesión, sin exponerse a perderla, por ignorancia flagrante, lo que cada día es más difícil, pues escasean los superiores, con capacidad para juzgar el trabajo ajeno, siendo el inferior, sometido al “experto”, quien detecta su ineptitud.
Al margen de lo profesional, la sociedad actual se interesa por el “saber práctico”. Lo prueba el interés que despiertan protocolo, gastronomía y medicina en general. Al no proceder la propedéutica de una cultura general, que obliga a desarrollar esa lógica básica, conocida por “sentido común”, en la vulgarización de la mecánica de males, reales o imaginarios, los laboratorios han encontrado medio eficaz de ampliar el mercado.
No fue previsto, en su momento, que el aburguesamiento económico, efecto de la sociedad del bienestar y el consumo, afectase al intelecto de la mayoría. Pero ha sucedido. No es infrecuente que el revolucionario en la pobreza, alcanzada la riqueza, cifre el éxito en el brillo social. Ser recibido por los que años atrás hubiese matado con gusto, por el hecho de ser “superiores”, colma su autoestima. Y superar al más ostentoso en ostentación, su gloria. Decirle que su comportamiento es el que alimentó, en tiempos, su “odio de clases”, es pérdida de tiempo. En verdad odiaba a las circunstancias, que le impedían integrarse a la “clase”.
Descuidado el aristócrata, quizá porque no se aprecia lo que se adquiere por nacimiento, solía manifestarse acomodaticio, adaptándose a la incomodidad y las circunstancias. El burgués eludía locales y barrios, frecuentados por clases inferiores, no soportaba los malos olores ni el humo del tabaco. Tampoco la obra literaria o plástica, que le enfrentaba al lado oscuro del mundo. A una miseria en la que tenía parte, de la que no quería enterarse, aún teniéndola a la puerta de casa. Hoy la mayoría acomodada, tampoco quiere enterarse de “lo desagradable”. Incluso aquellos que están a un tropezón de padecerlo, no quieren enterarse.
Por el momento y por orden de prioridades, ocupan los medios y la atención de la ciudadanía, los temas siguientes.
En las tres columnas verticales se puede observar los asuntos prioritarios que tratamos al hablar, en la segundo cómo y qué hablamos de ellos y en la tercera, qué cosas dejamos sin analizar socialmente en esos asuntos
Siendo el fin de cuanto existe y por supuesto del racional, producir beneficio económico, no parece razonable que nos sorprenda lo que hemos conseguido. Porque en verdad, lo buscamos. No se pretendió ni pretende una sociedad de racionales pensantes, consciente sus limitaciones y de sus calidades, dotados de sentido común, capacidad de análisis y sentido crítico. Las escuelas – parking no han surgido de la casualidad. Son efecto de la estadística. ¿De que nos serviría una mayoría de individuos capacitados, si la estadística apunta a un porcentaje de nacidos sobrantes? ¿De consumidores – basura, nacidos para servir de objeto de diversión, a la población productiva y útil? O para ser exactos, a ese porcentaje limitado, que absorbe la producción, sin aportar nada a cambio. Ni siquiera inteligencia.
Los consumidores basura, han de ser basura. La condición la garantiza una escuela desvertebrada. Un discurso que habla de derechos, omitiendo que a todo derecho, responde un deber. Desde que nacemos, hasta que morimos.