Arunhati Roy en la foto reflexiona ante la Vida
Durante estos últimos tiempos, me he venido topando, muy a menudo, con gente que se refiere a mí calificándome de «activista social».En cambio, personas que coinciden con mi propia forma de interpretar las cosas me suelen llamar «valiente». Y los que no me conocen en absoluto me nombran con todo tipo de apelativos groseros que no pienso repetir aquí. Yo no soy ninguna activista social; ni tampoco soy una persona particularmente valiente Así que, por favor, no subestimen ustedes la turbación que para mí supone estar aquí y decir todo lo que tengo que decir.
Los escritores se imaginan que las historias que relatan las extraen del propio mundo real. Pero yo estoy comenzando a pensar que es la vanidad la que les hace creer tal cosa. De hecho, yo entiendo que es exactamente al revés. Son las historias las que buscan escritores en el mundo.
El tema predominante en gran parte de cuanto escribo, ya sea ficción o no ficción, son las relaciones existentes entre el poder y la ausencia total de poder y el conflicto, circular y eterno, en el que ambas circunstancias se ven envueltas. Aunque pudiera parecer de otra forma, lo que yo escribo no trata sobre historias y naciones, sino sobre el poder. Sobre la paranoia y la inexorabilidad del poder. Creo que la acumulación de un vasto poder, sin trabas de ninguna clase, por parte de un estado o de un país, de una corporación o de una institución y cualquiera que sea su ideología, siempre tiene como consecuencia la aparición de excesos como los que yo voy a relatar aquí y ahora. Viviendo como yo vivo a la sombra de ese holocausto nuclear que los gobiernos de la India y Pakistán siguen prometiendo a sus respectivas ciudadanías -integradas por unos ciudadanos cuyos cerebros han sido conveniente lavados- e inmersos, como estamos, en una enorme proximidad global a la guerra contra el terror (lo que el presidente Bush prefiere llamar, bíblicamente, El objetivo que nunca se acaba), me sorprendo a mí misma,
(En la foto, reunión de la Asamblea de Seguridad de la ONU)
frecuentemente, pensando sobre la relación que existe entre los ciudadanos y el Estado. En la India, todos cuantos hemos expresado nuestros puntos de vista sobre las bombas nucleares, las grandes presas y la globalización corporativa, así como sobre la ascensión del fascismo comunal hindú, hemos sido catalogados como antinacionales. Los nacionalismos, de una u otra clase, han sido la causa de la mayoría de los genocidios habidos a lo largo del siglo XX. Las banderas son simple trozos de tela de colores que los gobiernos utilizan para, en primer lugar, lavar el cerebro a la gente y, en segundo término, para emplearlas como sudarios ceremoniales a la hora de enterrar a los muertos. Recientemente, a todos cuantos han criticado las actuaciones del Gobierno de Estados Unidos (incluyéndome a mí) se les ha venido calificando de antiamericanos. Y en la actualidad, el antiamericanismo es un fenómeno en pleno proceso de convertirse en una ideología. Antiamericano es un término normalmente utilizado por el establishment norteamericano para desacreditar y para definir a todos cuantos se muestran críticos con sus planteamientos. Una vez que a alguien se le cataloga con la etiqueta de antiamericano, sólo se le presentan dos alternativas: o bien ser juzgado sin atender a sus razones, o bien que sus argumentos se pierdan entre la confusión de un orgullo nacional tremendamente contundente. ¿Y qué significa, en realidad, el término antiamericano? ¿Que alguien es antijazz? ¿O que se opone a la libertad de expresión? ¿Que no se deleita con la literatura de Toni Morrison o de John Updike? ¿Significa semejante término que no admira a esos cientos de miles de ciudadanos norteamericanos que se manifiestan en contra de las armas nucleares o a la resistencia que, en su día, también ofrecieron muchos miles de ellos frente a su Gobierno, obligándole a retirarse de Vietnam? ¿Significa que alguien así odia a todos los norteamericanos?
EL BIEN CONTRA EL MAL
Calificar a alguien de antiamericano y, desde luego, de ser antiamericano (y, a los mismos efectos, antiindio o antitombuctuano) no sólo es racista sino que demuestra una grave falta de imaginación.Una enorme incapacidad para ver el mundo desde una perspectiva diferente de la que el establishment ha diseñado para todos nosotros: si no eres seguidor de Bush, eres un talibán. Si no nos quieres, nos odias. Si no estás con el Bien, eres el Mal. Si no estás con nosotros, estás con los terroristas. El año pasado, y al igual que muchas otras personas, yo también cometí el error de mofarme de toda esa retórica post 11 de Septiembre, despreciándola como algo tonto y arrogante. Y ahora me he percatado de que todo aquello no era ninguna tontería en absoluto. De hecho, se trataba de un astuto giro político decididamente encaminado al reclutamiento de gente para una guerra tan errónea como muy peligrosa. Cada día me siento más sorprendida por la enorme cifra de personas que creen que oponerse a la guerra en Afganistán supone lo mismo que apoyar el terrorismo o votar a los talibán.Actualmente, cuando parece que el viento se ha llevado el objetivo inicial de dicha guerra -capturar a Bin Laden (vivo o muerto)- se cambian por completo los objetivos. En efecto, ahora lo que se nos cuenta es que dichos objetivos consistían en derribar el régimen talibán y liberar a las mujeres afganas de sus burkas. Es decir, que se nos está pidiendo a todos que nos creamos que los marines norteamericanos se encuentran allí, en la actualidad, cumpliendo con una misión de carácter feminista. (Y si eso es así, ¿harán su siguiente parada en Arabia Saudí, ese país que es aliado militar de EEUU?). Ninguno de nosotros necesita de ninguna clase de aniversarios para recordar algo que nos resulta imposible de olvidar. Como es lógico, lo que predominantemente permanece en el recuerdo de todos es todo aquel horror que ahora se conoce como el del Once del Nueve. Cerca de 3.000 civiles perdieron sus vidas durante aquel letal atentado terrorista. La aflicción es todavía muy profunda. La rabia, aún muy aguda. Las lágrimas no se han secado.Y una extraña y mortal guerra se está extendiendo a lo largo y ancho del mundo.
Aún así, todas y cada una de las personas que han perdido algún ser querido saben, en lo más profundo y secreto de su corazón, que ninguna guerra, ningún acto de venganza ni ninguna bomba que se lance sobre los seres queridos o los hijos de otros va a suavizar las agudas aristas de su dolor o le va a devolver a sus propios seres queridos. Una guerra no puede vengar a todos cuantos perdieron la vida entonces. La guerra es, tan sólo, una brutal profanación de su memoria.
«BIENVENIDOS AL MUNDO»
El poner en marcha una nueva guerra -esta vez contra Irak- manipulando cínicamente la enorme aflicción de la gente, por medio de programas de televisión especiales patrocinados por empresas que se dedican a vender detergentes o zapatillas deportivas, no supone, ni más ni menos, que abaratar y devaluar dicha aflicción, drenarla de todo su sentido. Lo que en la actualidad estamos presenciando no es otra cosa que un vulgar despliegue de un negocio basado en el dolor, en el comercio de la aflicción, en el pillaje que se lleva a cabo contra los sentimientos humanos, incluso los más privados, y todo ello con fines políticos. Y lo que hay es un estado que se muestra capaz de hacerle a su propio pueblo algo tan terrible y tremendamente violento. Dado que es a propósito del 11 de Septiembre sobre lo que estamos hablando, quizá resulte apropiado que recordemos qué significa dicha fecha, y no sólo para aquellas personas que perdieron a sus seres queridos en Norteamérica el año pasado, sino, también, para muchas personas de otras partes del mundo para quienes esa misma fecha también tiene un significado muy especial. Esta inmersión en la Historia que voy a ofrecerles no debe interpretarse como una acusación o una provocación, sino solamente como una forma de compartir el dolor que genera la Historia. Para intentar ver, aunque sólo sea un poco, a través de la niebla. Para decirles a todos los ciudadanos de Norteamérica, de la forma más humana y gentil que sea posible: «Bienvenidos al mundo». Hace ya 29 años, en Chile, el 11 de septiembre de 1973, el general Pinochet derrocó al Gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende por medio de un golpe de Estado que apoyó la CIA. «No se puede permitir que Chile se convierta en un país marxista por el simple hecho de que su pueblo sea irresponsable», afirmó Henry Kissinger, Premio Nobel de la Paz y a la sazón secretario de Estado de Estados Unidos.
Desgraciadamente, Chile no fue el único país de Latinoamérica que mereció las atenciones del Gobierno de Estados Unidos. Guatemala, Costa Rica, Ecuador, Brasil, Perú, la República Dominicana, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Panamá, El Salvador, México y Colombia sirvieron, todos ellos, como escenarios de operaciones encubiertas -y a la descubierta- por parte de la CIA. Cientos de miles de latinoamericanos fueron asesinados,
torturados o, simplemente, desaparecieron bajo
regímenes despóticos y dictadores de hojalata, traficantes de drogas o de armas, todos ellos instalados y convenientemente apuntalados en dichos países. Como resulta evidente, en esta lista no están incluidos los países de Africa o de Asia que también tuvieron que sufrir intervenciones militares de Estados Unidos, como es el caso de Vietnam, Corea, Indonesia y Camboya.
( En la foto superior un grupo de bolivianos se manifiestan contra la injusticia social)
¿Para vengar cuántos septiembres, sumando los de muchas décadas juntas, han sido bombardeados, quemados y asesinados millones de asiáticos? ¿Cuántos septiembres han pasado desde agosto de 1945, cuando cientos de miles de japoneses normales y corrientes fueron literalmente arrasados y eliminados sin dejar la menor huella por las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki? ¿Por cuántos septiembres están pagando los miles de personas que tuvieron la desgracia de sobrevivir a aquellos ataques y que tuvieron que soportar aquel infierno viviente de entonces y cuyos efectos se cernieron sobre ellos, sobre sus hijos nonatos, sobre los hijos de sus hijos, sobre la tierra, el cielo, el viento y el agua y sobre todas las criaturas que en ellos nadaban, caminaban, reptaban o volaban? El 11 de septiembre también tiene resonancias trágicas en Oriente Próximo. El 11 de septiembre de 1922, e ignorando el ultraje que con ello hacía a los árabes, el Gobierno británico proclamó un mandato para Palestina, una especie de corolario a la Declaración Balfour de 1917, que había prometido a los sionistas europeos poner a disposición del pueblo judío una tierra donde fundar una nación. En 1947, Naciones Unidas dividió formalmente Palestina, entregando a los sionistas un 55% de la tierra palestina. Al cabo de un año, los sionistas ya se habían apoderado de un 78% del país. El 14 de mayo de 1948 se declaró el Estado de Israel.Pocos minutos después de dicha declaración, Estados Unidos reconoció a Israel. Jordania se anexionó Cisjordania. Por su parte, la Franja de Gaza cayó bajo el control militar de los egipcios.Formalmente, Palestina había dejado de existir para todo el mundo, con la única excepción de las cabezas y los corazones de los cientos de miles de palestinos que se vieron obligados a convertirse en refugiados.
UNA PALESTINA OCUPADA
Durante muchas décadas, se han venido produciendo allí levantamientos, guerras e Intifadas. Decenas de miles de personas han perdido la vida. Se han firmado acuerdos y tratados. Se ha declarado y violado cientos de veces el alto el fuego. Pero el derramamiento de sangre nunca se acaba. Palestina aún está ilegalmente ocupada.Los jóvenes palestinos que no pueden contener por más tiempo su ira se convierten en bombas humanas y penetran en calles israelíes para, una vez allí, volarse a sí mismos, matando gente corriente, inyectando terror en su vida diaria y, finalmente, endureciendo en ambas sociedades las sospechas y el odio mutuo que ya sienten la una por la otra.
El mundo ha sido llamado a condenar todos estos atentados suicidas.Pero, ¿podemos ignorar el largo camino que estos suicidas han recorrido hasta llegar a su destino? Su trayecto va desde el 11 de septiembre de 1922 al 11 de septiembre de 2002. Y 80 años es mucho tiempo para estar en guerra. ¿Existe algún consejo que el mundo pueda dar al pueblo de Palestina? ¿Algún aliento de esperanza que proporcionarles? En otro lugar de Oriente Próximo, también se rememoran acordes más recientes el día 11 de septiembre. Fue precisamente el 11 de septiembre de 1990 cuando George W. Bush padre, por entonces presidente de Estados Unidos, pronunció un discurso ante una asamblea conjunta de la Cámara de Representantes y el Senado celebrada en el Congreso, un discurso durante el que anunció la decisión que había tomado su Gobierno de ir a la guerra contra Irak. En aquella ocasión, el Gobierno de Estados Unidos afirmaba que Sadam Husein era un militar déspota y cruel que había cometido genocidio en contra de su propio pueblo. Y ésta era, sin duda, una descripción del personaje bastante ajustada a la realidad. En 1988, Husein había arrasado cientos de aldeas y pueblos del norte de Irak, utilizando armas químicas y ametralladoras para matar a miles de kurdos. Pero hoy día todos sabemos que, ese mismo año, el Gobierno de Estados Unidos había concedido a Sadam Husein 500 millones de dólares en subsidios para comprar productos agrícolas norteamericanos. Aparte del dinero, Estados Unidos también le suministró gérmenes de ántrax de alta calidad, además de helicópteros y material de doble uso que se podía utilizar para la fabricación de armas químicas y biológicas. ¿Y qué era lo que había cambiado entonces? En agosto de 1990, Sadam Husein invadió Kuwait. Su pecado fue no tanto cometer un acto de guerra, sino actuar de forma independiente, sin haber recibido órdenes de sus amos.
Ese despliegue de independencia fue suficiente para envenenar el equilibrio de poder que había en el área del Golfo. En consecuencia, se tomó la decisión de que había que exterminar a Husein, de la misma manera que se sacrificaría a un animal doméstico en el caso de que hubiera sobrevivido a su dueño. El primer ataque aliado contra Irak tuvo lugar en enero de 1991.Empero, toda una década de bombardeos no ha resultado suficiente para desalojar del poder a Sadam Husein, la bestia de Bagdad.Ahora, casi 12 años después, el presidente George Bush hijo ha rescatado aquella misma retórica que entonces utilizó su propio padre. Lo que se propone es una guerra en toda regla, cuyo objetivo no es otro que un cambio de régimen político en Irak. Andrew H. Card Jr., jefe de Gabinete de la Casa Blanca, describía recientemente las razones por las que la Administración había decidido posponer el anuncio de sus planes de guerra hasta el otoño de la siguiente forma: «Porque desde el punto de vista del marketing», decía, «nadie lanza sus nuevos productos en el mes de agosto». En esta ocasión, las palabras clave para vender este nuevo producto de Washington no consisten en prometer la liberación del pueblo de Kuwait, sino que se centran en la afirmación de que Irak posee armas de destrucción masiva. Los inspectores de armas de Naciones Unidas han presentado unos informes bastante conflictivos en referencia al estatus actual de las armas de destrucción masiva de Irak, y muchos de ellos han afirmado claramente que su arsenal ha sido desmantelado y que Irak no tiene actualmente capacidad para la construcción de otro nuevo arsenal. Sin embargo, no existe ninguna confusión acerca del alcance y el rango del arsenal nuclear y de armas químicas de Estados Unidos. ¿Aceptaría EEUU la visita de inspectores de armas de Naciones Unidas? ¿Y Gran Bretaña? ¿Lo haría también Israel? Y en el caso de que fuera cierto que Irak tiene, realmente, un arma nuclear, ¿justificaría este hecho un ataque preventivo por parte de Estados Unidos? EEUU dispone del mayor arsenal de armas nucleares que hay en la Tierra. Y es el único país del mundo que lo ha utilizado contra poblaciones civiles. Si Estados Unidos encuentra una justificación para lanzar un ataque preventivo sobre Irak, cualquier otra potencia nuclear también estará plenamente justificada en el hipotético caso de que se decida a llevar a cabo ataques preventivos contra cualquier otro país de estas mismas características.
EL NEGOCIO DE LA GUERRA
Las guerras no se han librado nunca por motivos altruistas. Normalmente tienen lugar por cuestiones de hegemonía, de negocios. Y, desde luego, hay que tener en cuenta, también, el negocio de la guerra.El elemento fundamental de la política exterior de Estados Unidos es la protección del control que ejerce sobre la producción de crudo en el mundo. Las intervenciones militares más recientes del Gobierno de Estados Unidos, tanto en los Balcanes como en Asia Central, tienen mucho que ver con el tema del petróleo.
Hamid Karzai, el presidente marioneta de Afganistán, instalado en el poder por obra y gracia de Estados Unidos, es un antiguo empleado de Unocal, una empresa petrolera con sede en Norteamérica.La paranoica vigilancia de Oriente Próximo por parte del Gobierno de Estados Unidos se debe a que allí se encuentran dos terceras partes de las reservas de petróleo del mundo. Y es que el crudo es el que mantiene a toda la maquinaria de Estados Unidos ronroneando suavemente. El petróleo es quien hace que el libre mercado siga funcionando. Y, quienquiera que sea el que controle el petróleo mundial, controlará también todos los mercados del mundo. En su libro acerca de la globalización, titulado Los Lexus y los Olivos, el columnista del New York Times Thomas Friedman afirmaba: «La mano oculta del mercado nunca podría funcionar bien si no dispusiera de la ayuda de un puño oculto. McDonald's no podría prosperar sin McDonell Douglas y ese mismo puño oculto, que mantiene el mundo a buen recaudo para que también prosperen las tecnologías de Silicon Valley, se llama Ejército de Estados Unidos, Fuerzas Aéreas, Armada y Cuerpos de Marines».
Tras el 11 de Septiembre de 2001 y el comienzo de la guerra contra el terror, esa mano y ese puño ocultos han tenido que ver cómo se iba a pique el disfraz tras el que se camuflaban y, ahora, todos podemos ver muy claramente cuál es el otro arma de Norteamérica -la del libre mercado- que se cierne, amenazadora y con una sonrisa siniestra, sobre todo el mundo en vías desarrollo. Ese objetivo que nunca se acaba es la guerra perfecta para Estados Unidos, el vehículo perfecto para una expansión sin fin del imperialismo norteamericano.
Durante estos 10 últimos años de globalización corporativa sin freno, la producción total del mundo se ha venido incrementando a una tasa del 2,5% anual. Y también se ha incrementado el número de pobres en el mundo en 100 millones de personas más. Entre las mayores economías del mundo, en el nivel más alto se encuentran 51 corporaciones y no países. El 1% de la población con mayor poder adquisitivo dispone de tantos ingresos como el conjunto de ingresos de los que disfruta el 57% de la población con el nivel más bajo de renta. Y esa disparidad sigue creciendo. En la actualidad, bajo el manto protector de la guerra contra el terror, este proceso se está viendo sensiblemente acelerado. Cerca ya de que se cumpla un año desde el inicio de la guerra contra el terror entre las ruinas de Afganistán, las libertades de un país tras otro están siendo recortadas sistemáticamente en nombre de la protección de la libertad y los derechos civiles quedando en suspenso en nombre de la protección de la democracia.Toda clase de disidencia está siendo calificada como terrorismo. Afortunadamente, las grandes potencias tienen su propio ciclo vital. Cuando llegue su momento, toda potencia, sea todo lo poderosa que sea, irá demasiado lejos y, en su interior, se producirá una implosión.
Y en estos días parece como si los primeros chasquidos se hubieran producido ya. Mientras la guerra contra el terror extiende sus redes cada vez más lejos, el corazón corporativo de Estados Unidos está sufriendo graves hemorragias. A pesar de toda esa palabrería huera acerca de la democracia, el mundo está siendo gobernado, hoy día, por tres instituciones sumamente sigilosas: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, todas las cuales están dominadas, a su vez, por EEUU. Sus decisiones se toman bajo el más absoluto de los secretos. Las personas encargadas de dirigir las tres instituciones son nombradas a puerta cerrada. Nadie los elige. Un mundo gobernado por un puñado de banqueros avariciosos y de altos ejecutivos a los que nadie eligió no puede perdurar de ninguna manera. El comunismo al estilo soviético fracasó, no porque fuera perverso, sino porque estaba repleto de defectos. El capitalismo de mercado del siglo XXI, al estilo norteamericano, fracasará por idénticas razones. Ambos son edificios construidos por la inteligencia humana y es la propia inteligencia humana la encargada de desmantelarlos. Ha llegado el momento, como dijo Walrus. Quizá las cosas vayan a peor y entonces mejoren. Quizá exista alguna pequeña diosa allá en el cielo preparándose para acudir en nuestra ayuda. Un mundo diferente no sólo es posible, sino que, acaso, ella lo tenga ya previsto. Quizá muchos de nosotros no nos encontremos ya aquí para darle la bienvenida cuando llegue, pero en esos días tranquilos, si escucho muy atentamente, yo puedo oír cómo respira.
Arundhati Roy es colaboradora del Programa de Investigación "Las Huellas de la Memoria"