Pero en ningún periódico, ni en la redacción de un noticiario he sido capaz de escribir sobre Eduardo. Hay muchas personas de cierta edad en su mayoría, de las que me fue casi imposible escribir algo cuando se marcharon. Esto de la vida y la muerte era un tema recurrente entre Eduardo y yo, aunque con total naturalidad. Como él decía, las mejores entrevistas eran aquellas que no grabábamos ni en magnetófonos ni ante las cámaras. La entrevista de la Vida que se va urdiendo día a día, año a año. Esas son mis mejores entrevistas, las que quizás no llegue a publicar nunca. Y no es que pretenda ser egoísta y guardarme para mí todo aquéllo que Eduardo me contaba, todas aquéllas conversaciones interminables que compartimos.
Evidentemente decidí incorporarme a esta Fundación con el firme deseo de hacer realidad aquello que a Eduardo "le había llegado tarde"- como solía decir-, porque eran otros tiempos los de hoy, porque vivíamos tan deprisa que no nos daba lugar consumir y asumir tanta información, atender tanta noticia cotidiana, cercana, familiar con la dichosa prisa, aunque siempre procuramos tener nuestro rincón donde parece que conseguíamos salirnos por un tiempo de este Planeta y ver las cosas desde una perspectiva distinta.
Y evidentemente cuando Eduardo se vá el pasado mes de marzo del 2.005 a yá me dirá dónde, adquiero un compromiso aún mayor de realizar las cosas que nos inquietaba. A veces me pregunto qué hago yo aquí en su casa si físicamente ya no está, pero todo me habla de él. Siempre confió en mí y hasta poco antes de su marcha no entendió por qué yo insistía en no moverme de Sanlúcar de Barrameda, de nuestra tierra. Aquí había mucho que hacer y todos -legítimamente- preferían hacer mundo y aventura más allá del Cantillo.
Hace unos años realicé para la televisión una serie que titulé "LA NOCHE DE LOS TIEMPOS", donde trataba de parar por un momento el vertiginoso mundo en el que estamos y pensar y repensar con amigos de toda mi vida profesional aspectos relacionados con lo humano y lo divino.No me interesaba los índices de audiencia, quería recuperar el arte de conversar. Eduardo llevaba el arte en sus venas, la música de su tierra y eso es lo que trató de hacer toda su vida, dejar correr ese tesoro irrepetible e intransferible que todos llevamos dentro a través de las más variadas expresiones, aunque le faltó tiempo por las limitaciones de la época tan difícil que le tocó vivir y porque Sanlúcar se le derramaba entre las manos, aunque él se empeñaba en seguir persiguiendo estrellas.
Y en ello andamos ahora. Porque se le ha ocurrido que la música celestial suene por mirabrás y granaínas.
Triste P.D.
En el día de hoy, ya no estoy en la Fundación que lleva su nombre. El presunto blanqueo de dinero que puede estar realizando su único hijo levantó mis sospechas desde hace tiempo. El legado cultural, gracias a Dios, no es monopolio de la Fundación, y puedo seguir recordando al Eduardo que yo conocí.
Diez largos años de compañía en el velador en verano y en la mesa camilla en los últimos fríos inviernos, donde en su soledad le traté como a un padre y él a mí como a un hijo. Muchos me hablan de su doble lenguaje a lo largo de su vida, pero yo me remito a los últimos diez años donde confesamos nuestros defectos y virtudes. Lo que hiciera o dejara de hacer no es responsabilidad mía. La manipulación a la que he sido sometido por su hijo es hecho triste, porque su hijo, Eduardo José Domínguez Rubio, ha desarraigado de la casa de su padre y del entorno a casi todos los que estuvimos con él- pocos- como fieles amigos auténticos en estos últimos años y ha impedido que la figura de su padre y su extensa obra fuera conocida lpor los propios sanluqueños y los que habitan fuera de nuestras fronteras.
La Fundación, "un buen" maquillaje para una inmobiliaria y una asesoría fiscal. Cierto es que en vida Eduardo Domínguez Lobato siempre quiso tener a su hijo cerca con dichos negocios, pero no sé por qué en esa naturaleza humana se repite tanto esa historia de tener que esperar que se muera un padre para hacer lo que hubiera sido su deseo en vida. Cosas de familia.
Manuel J. Márquez Moy
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