Una de las mayores satisfacciones de estos últimos años a nivel personal fue poder ponerme en contacto con Elena Ochoa, y no porque fuera un referente por su paso por TVE en la década de los ochenta, sino por su faceta de Psicóloga especializada en disciplinas muy complejas relativas a patologías mentales. Al presentarle el Programa de Investigación, no dudó en facilitarme todo lo que estuviera a su alcance, además de la colaboración en cuestiones puntuales por su parte y por su marido, Norman Foster. Aunque ahora ella esté dedicada a otras lides, no ha abandonado totalmente su faceta como una de las Psicólogas más prestigiosas. También la tendremos en Sanlúcar para aportarnos su experiencia.
Una de las cuestiones que abarca este programa de investigación es la Naturaleza Humana y la Psicología Social. En este artículo, Elena Ochoa, analiza con lenguaje literario algo primordial en todo ser humano: no olvidarnos nunca de ocuparnos de nosotros mismos.
Imagínese un camino largo y estrecho. Imagínese también que ese camino angosto y siempre solitario le conduce a lo que, desde muy joven, había soñado: quizá a una estabilidad económica notable, a un amor tierno y suave, al Estado tan esperado en el que supone que sus hijos gozarán de la felicidad que a usted se le ha negado, o quizá, a aquel éxito profesional que el mundo halaga y premia. El camino, repito, es muy largo y angosto, lleno de vericuetos en donde falta el agua y el alimento. Pero usted, que no ceja en su empeño, que tiene una voluntad firme y que se cree capaz de afrontar lluvias y tormentas, preparado para aguantar sin sombrero un sol abrasador y sin abrigo la noche más fría, aguanta y sigue caminando.
Imagínese que cuando siente cansancio y las fuerzas le fallan se consuela llorando en silencio, o se distrae haciendo unas cuantas filigranas con tres hierbajos que recoge esa tarde en la cuneta. Y sigue caminando. Porque usted está convencido que lo importante es seguir, ya que el rendirse o darse un respiro una mañana, le haría sentirse mal, es decir, le haría sentirse culpable: por esto renuncia a gustos y placeres, no se para a contemplar el cambio del color de las hojas en otoño ni se permite escuchar el canto de los pájaros. Tiene prisa y quiere controlar cada movimiento que ocurre en el camino, en su camino que le conducirá hacia lo que había soñado desde muy joven. Y sigue, sigue caminando por ese sendero angosto que usted escogió como itinerario para llegar a sus deseos.
Con el paso del tiempo, a veces bastante pesado, usted suele recordar que de niño, de joven y también un poco más mayor estudiaba con ahínco hasta la madrugada mientras sus compañeros jugaban a las canicas, tomaban unas copas o dormían a pierna suelta; usted luego trabajó duro aunque no podía evitar de vez en cuando el mirar cómo a lo lejos la gente tomaba el sol en la llanura o chapoteaba risueño en el acantilado; usted también se casó, porque se enamoró y además era lo suyo, y acumuló obligaciones, letras del piso, facturas de colegio y de la ropa de los niños y dejó entonces de leer poesía. Porque no tenía tiempo, porque tenía que seguir en el camino hacia lo que creía eran sus deseos.
Imagínese que hasta hoy su cuerpo y su mente siempre le han respondido. Todo ha estado, pues, bajo su control: ha gozado de una salud de roble, su familia ha tirado bien, es decir, vive como tiene que ser, ha logrado un prestigio profesional aceptable y un bolsillo sin demasiados agujeros. Imagínese entonces que ese camino largo y angosto, que ha sido su vida, deja de ser tal: se hace ancho y corto, o quizá, hasta desaparece sin motivo. Y se da cuenta que su vida errante ha sido fruto de su imaginación: de una culpabilidad terrible que le ha llevado a esmerarse en no equivocarse, a tener pánico a no ser perfecto. Y ahora solo usted consigo mismo y de repente, su cuerpo de carne y hueso protesta: suda tiembla, no respira y siente miedo, mucho miedo. Miedo a usted mismo.
Elena Ochoa es Editora de Ivory Press, Psicopatóloga, y colaboradora del Programa de Investigación “Las Huellas de la Memoria”.
Imagínese que cuando siente cansancio y las fuerzas le fallan se consuela llorando en silencio, o se distrae haciendo unas cuantas filigranas con tres hierbajos que recoge esa tarde en la cuneta. Y sigue caminando. Porque usted está convencido que lo importante es seguir, ya que el rendirse o darse un respiro una mañana, le haría sentirse mal, es decir, le haría sentirse culpable: por esto renuncia a gustos y placeres, no se para a contemplar el cambio del color de las hojas en otoño ni se permite escuchar el canto de los pájaros. Tiene prisa y quiere controlar cada movimiento que ocurre en el camino, en su camino que le conducirá hacia lo que había soñado desde muy joven. Y sigue, sigue caminando por ese sendero angosto que usted escogió como itinerario para llegar a sus deseos.
Con el paso del tiempo, a veces bastante pesado, usted suele recordar que de niño, de joven y también un poco más mayor estudiaba con ahínco hasta la madrugada mientras sus compañeros jugaban a las canicas, tomaban unas copas o dormían a pierna suelta; usted luego trabajó duro aunque no podía evitar de vez en cuando el mirar cómo a lo lejos la gente tomaba el sol en la llanura o chapoteaba risueño en el acantilado; usted también se casó, porque se enamoró y además era lo suyo, y acumuló obligaciones, letras del piso, facturas de colegio y de la ropa de los niños y dejó entonces de leer poesía. Porque no tenía tiempo, porque tenía que seguir en el camino hacia lo que creía eran sus deseos.
Imagínese que hasta hoy su cuerpo y su mente siempre le han respondido. Todo ha estado, pues, bajo su control: ha gozado de una salud de roble, su familia ha tirado bien, es decir, vive como tiene que ser, ha logrado un prestigio profesional aceptable y un bolsillo sin demasiados agujeros. Imagínese entonces que ese camino largo y angosto, que ha sido su vida, deja de ser tal: se hace ancho y corto, o quizá, hasta desaparece sin motivo. Y se da cuenta que su vida errante ha sido fruto de su imaginación: de una culpabilidad terrible que le ha llevado a esmerarse en no equivocarse, a tener pánico a no ser perfecto. Y ahora solo usted consigo mismo y de repente, su cuerpo de carne y hueso protesta: suda tiembla, no respira y siente miedo, mucho miedo. Miedo a usted mismo.
Elena Ochoa es Editora de Ivory Press, Psicopatóloga, y colaboradora del Programa de Investigación “Las Huellas de la Memoria”.
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