Este texto es el que ha servido de base para la Conferencia que se ha inaugurado en Madrid sobre "Diálogo entre Religiones", que lo publicamos para su conocimiento.
La información engañosa sobre el origen de los conflictos exige un análisis
inequívoco sobre la relación entre los sentimientos religiosos y la violencia, a
fin de avanzar hacia la construcción de la paz mediante la prevención y la
resolución pacífica de los conflictos. Si no analizamos y damos a conocer
cuidadosamente esta relación, algunos medios de comunicación y muchas
personas de todo el mundo continuarán pensando y percibiendo de forma errónea
que la religión es, a menudo, la que alimenta la violencia. En efecto, muchas veces
la violencia se origina en los ámbitos del poder, de los recursos y de las ideologías,
y la religión, muy a menudo, es mal utilizada para promover estos conflictos.
En el año 1994, tuvo lugar en Barcelona una importante reunión de
representantes de distintas creencias y organizaciones religiosas,(1) en la que los
participantes llegaron a la conclusión unánime de que las religiones, basadas en
una visión común de la humanidad y valores compartidos, como la fraternidad, la
solidaridad humana y el amor, no deberían ser nunca más origen de
confrontación, sino de conciliación.
Los dramáticos e inacabables conflictos en Oriente Medio, así como los trágicos
acontecimientos que han tenido lugar recientemente en otros lugares del mundo,
requieren soluciones a partir de la toma de conciencia, del compromiso y de la
(1) Declaración de Barcelona 1994: Declaración sobre el papel de la religión en la promoción de una cultura de paz, implicación de los líderes religiosos y de la sociedad civil, que deben exigir
voluntad política y acción a las autoridades competentes. En este contexto, la imposición de una política de doble moral por parte de algunos países es una amenaza para la paz y la estabilidad, y complica el papel de las religiones que trabajan por la justicia en entornos tan complejos.
Estamos asistiendo a un creciente deterioro de la gobernanza global. Esto se aprecia en distintas cuestiones: desde el clima hasta las finanzas, desde la ley hasta la justicia social, desde los derechos humanos hasta el trabajo decente. Estas amenazas han generado una sensación de falta de seguridad en el ser humano.
En momentos de crisis, las religiones deben ofrecer esperanza y confianza a la humanidad. Además, es especialmente importante que ayuden a conservar valores en un sistema social y económico que cada vez los tiene menos en cuenta. A todo eso, la sociedad civil, basada en valores humanos universales, se ha convertido en un actor clave para abordar cuestiones globales y promover otro tipo de gobernanza.
Por lo tanto, es mediante una alianza de valores, que las religiones y la sociedad civil pueden actuar sobre las instituciones políticas en el ámbito local, nacional e internacional para ofrecer esperanza, justicia y progreso.
Tal y como establecen el Informe de la Alianza de Civilizaciones y otros documentos,(2) debemos intensificar nuestros esfuerzos para reducir las divisiones entre religiones y culturas a través del diálogo y de actuaciones concretas, puesto que las religiones y las culturas están entrelazadas. Debemos superar las ideas falsas, los estereotipos, el lenguaje y los conceptos sesgados que difunden los medios de comunicación y a menudo reproducen liderazgos irresponsables. Las
religiones deben mantenerse unidas para que puedan coexistir en armonía y trabajar juntas para construir un futuro común. Debemos rebatir las actitudes que propagan la idea de un vínculo aparente entre religión y violencia, extremismo e incluso terrorismo.
En este contexto, resulta del todo urgente la necesidad de promover acciones que
puedan contrarrestar la situación y las tendencias actuales, basadas en la fuerza y la
imposición. Debemos fomentar comportamientos y actitudes orientados a la
acción y dar a conocer el verdadero origen de los conflictos, incluyendo, si
procede, el mal uso de las religiones y las ideologías. Debemos ofrecer posibles
soluciones para construir la paz e implantarla en la mente de las personas,
especialmente en la de los actores políticos y sociales, así como en la de los medios
de comunicación.
Por todo ello, reunidos en la inspiradora montaña y abadía de Montserrat, y en el
marco del 60.º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos,
reconfirmamos nuestra plena adhesión a los principios englobados en la
Declaración, así como en otros documentos y acuerdos internacionales, que
garantizan el derecho y el pleno respeto a la libertad de religión y otras creencias, y
promueven el diálogo y la interacción con personas de otras afinidades e
identidades, sean o no creyentes. En este sentido, parece esencial una puesta en
común y un encuentro rápidos y eficaces entre los representantes de las religiones,
y con autoridades nacionales e internacionales, sobre todo para identificar los
valores y las normas comunes para aprender a vivir con nuestras diferencias.
Destacamos la importancia que tienen hoy las identidades, las cuales, dejando a un
lado los extremismos, se convierten en la base más sólida para un modelo efectivo
de coexistencia internacional.
Estamos convencidos de que debe construirse una cultura de diálogo, alianza, no
violencia y paz con pleno respeto por los derechos humanos, la Carta de Naciones
Unidas y el estado de derecho. Esta cultura de paz compartida debe dotar de
expresiones creativas a las enseñanzas de las tradiciones religiosas del mundo que,
con un sentimiento de fraternidad y respeto por el prójimo, han puesto de relieve
que todos somos responsables los unos de los otros. En términos políticos, la única
seguridad posible en la práctica y responsable desde el punto de vista moral es la
“seguridad compartida”. Expresamos en voz alta nuestro apoyo convencido a todos
los comprometidos con este proyecto común.
Apelamos a los líderes religiosos, a todos los niveles, desde la jerarquía más alta
hasta el nivel más popular, a reforzar y ejercer su papel crucial como actores de paz
y comprensión mutua.
Apelamos a la sociedad civil, los actores institucionales y los medios de
comunicación a trabajar en estrecha colaboración, diligente e incansablemente,
con resolución e imaginación, para alcanzar e ir más allá de los Objetivos del
Milenio y, de este modo, acelerar la transición del uso de la fuerza a la palabra y el
diálogo; de la violencia a la armonía intercultural y religiosa; del choque a la
alianza; de una economía de guerra a una economía de desarrollo global; de una
cultura de guerra a una cultura de paz, basada en la justicia y en la libertad.
Hacemos un llamamiento especial a las comunidades religiosa, educativa,
académica, científica y artística, así como a las asociaciones intelectuales y think
tanks. Por su misma naturaleza, deberían convertirse en los principales paladines
de la enseñanza y del aprendizaje de los derechos humanos, la tolerancia, los
valores y un mejor equilibrio de género.
Invitamos a todas las expresiones culturales a participar en la construcción de una
arquitectura internacional a través de un diálogo intercultural que refuerce una
cultura de paz compartida.
Apelamos a los medios de comunicación a que contribuyan a evitar la amplia
difusión de estereotipos e imágenes sesgadas y a promover un mejor
entendimiento entre diferentes culturas y religiones.
Apelamos al liderazgo político, a los gobiernos y a las organizaciones
internacionales –especialmente mediante una reforma profunda del sistema de
Naciones Unidas– a unir sus esfuerzos, guiados por los “principios
democráticos”, para hacer frente a los retos que amenazan a la humanidad.
Estamos convencidos de que si los seres humanos lo desean, pueden transformar
el mundo. Tal y como reconocen todas las religiones, no hay nada que esté fuera
del alcance de la distintiva capacidad creativa del ser humano.
La información engañosa sobre el origen de los conflictos exige un análisis
inequívoco sobre la relación entre los sentimientos religiosos y la violencia, a
fin de avanzar hacia la construcción de la paz mediante la prevención y la
resolución pacífica de los conflictos. Si no analizamos y damos a conocer
cuidadosamente esta relación, algunos medios de comunicación y muchas
personas de todo el mundo continuarán pensando y percibiendo de forma errónea
que la religión es, a menudo, la que alimenta la violencia. En efecto, muchas veces
la violencia se origina en los ámbitos del poder, de los recursos y de las ideologías,
y la religión, muy a menudo, es mal utilizada para promover estos conflictos.
En el año 1994, tuvo lugar en Barcelona una importante reunión de
representantes de distintas creencias y organizaciones religiosas,(1) en la que los
participantes llegaron a la conclusión unánime de que las religiones, basadas en
una visión común de la humanidad y valores compartidos, como la fraternidad, la
solidaridad humana y el amor, no deberían ser nunca más origen de
confrontación, sino de conciliación.
Los dramáticos e inacabables conflictos en Oriente Medio, así como los trágicos
acontecimientos que han tenido lugar recientemente en otros lugares del mundo,
requieren soluciones a partir de la toma de conciencia, del compromiso y de la
(1) Declaración de Barcelona 1994: Declaración sobre el papel de la religión en la promoción de una cultura de paz, implicación de los líderes religiosos y de la sociedad civil, que deben exigir
voluntad política y acción a las autoridades competentes. En este contexto, la imposición de una política de doble moral por parte de algunos países es una amenaza para la paz y la estabilidad, y complica el papel de las religiones que trabajan por la justicia en entornos tan complejos.
Estamos asistiendo a un creciente deterioro de la gobernanza global. Esto se aprecia en distintas cuestiones: desde el clima hasta las finanzas, desde la ley hasta la justicia social, desde los derechos humanos hasta el trabajo decente. Estas amenazas han generado una sensación de falta de seguridad en el ser humano.
En momentos de crisis, las religiones deben ofrecer esperanza y confianza a la humanidad. Además, es especialmente importante que ayuden a conservar valores en un sistema social y económico que cada vez los tiene menos en cuenta. A todo eso, la sociedad civil, basada en valores humanos universales, se ha convertido en un actor clave para abordar cuestiones globales y promover otro tipo de gobernanza.
Por lo tanto, es mediante una alianza de valores, que las religiones y la sociedad civil pueden actuar sobre las instituciones políticas en el ámbito local, nacional e internacional para ofrecer esperanza, justicia y progreso.
Tal y como establecen el Informe de la Alianza de Civilizaciones y otros documentos,(2) debemos intensificar nuestros esfuerzos para reducir las divisiones entre religiones y culturas a través del diálogo y de actuaciones concretas, puesto que las religiones y las culturas están entrelazadas. Debemos superar las ideas falsas, los estereotipos, el lenguaje y los conceptos sesgados que difunden los medios de comunicación y a menudo reproducen liderazgos irresponsables. Las
religiones deben mantenerse unidas para que puedan coexistir en armonía y trabajar juntas para construir un futuro común. Debemos rebatir las actitudes que propagan la idea de un vínculo aparente entre religión y violencia, extremismo e incluso terrorismo.
En este contexto, resulta del todo urgente la necesidad de promover acciones que
puedan contrarrestar la situación y las tendencias actuales, basadas en la fuerza y la
imposición. Debemos fomentar comportamientos y actitudes orientados a la
acción y dar a conocer el verdadero origen de los conflictos, incluyendo, si
procede, el mal uso de las religiones y las ideologías. Debemos ofrecer posibles
soluciones para construir la paz e implantarla en la mente de las personas,
especialmente en la de los actores políticos y sociales, así como en la de los medios
de comunicación.
Por todo ello, reunidos en la inspiradora montaña y abadía de Montserrat, y en el
marco del 60.º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos,
reconfirmamos nuestra plena adhesión a los principios englobados en la
Declaración, así como en otros documentos y acuerdos internacionales, que
garantizan el derecho y el pleno respeto a la libertad de religión y otras creencias, y
promueven el diálogo y la interacción con personas de otras afinidades e
identidades, sean o no creyentes. En este sentido, parece esencial una puesta en
común y un encuentro rápidos y eficaces entre los representantes de las religiones,
y con autoridades nacionales e internacionales, sobre todo para identificar los
valores y las normas comunes para aprender a vivir con nuestras diferencias.
Destacamos la importancia que tienen hoy las identidades, las cuales, dejando a un
lado los extremismos, se convierten en la base más sólida para un modelo efectivo
de coexistencia internacional.
Estamos convencidos de que debe construirse una cultura de diálogo, alianza, no
violencia y paz con pleno respeto por los derechos humanos, la Carta de Naciones
Unidas y el estado de derecho. Esta cultura de paz compartida debe dotar de
expresiones creativas a las enseñanzas de las tradiciones religiosas del mundo que,
con un sentimiento de fraternidad y respeto por el prójimo, han puesto de relieve
que todos somos responsables los unos de los otros. En términos políticos, la única
seguridad posible en la práctica y responsable desde el punto de vista moral es la
“seguridad compartida”. Expresamos en voz alta nuestro apoyo convencido a todos
los comprometidos con este proyecto común.
Apelamos a los líderes religiosos, a todos los niveles, desde la jerarquía más alta
hasta el nivel más popular, a reforzar y ejercer su papel crucial como actores de paz
y comprensión mutua.
Apelamos a la sociedad civil, los actores institucionales y los medios de
comunicación a trabajar en estrecha colaboración, diligente e incansablemente,
con resolución e imaginación, para alcanzar e ir más allá de los Objetivos del
Milenio y, de este modo, acelerar la transición del uso de la fuerza a la palabra y el
diálogo; de la violencia a la armonía intercultural y religiosa; del choque a la
alianza; de una economía de guerra a una economía de desarrollo global; de una
cultura de guerra a una cultura de paz, basada en la justicia y en la libertad.
Hacemos un llamamiento especial a las comunidades religiosa, educativa,
académica, científica y artística, así como a las asociaciones intelectuales y think
tanks. Por su misma naturaleza, deberían convertirse en los principales paladines
de la enseñanza y del aprendizaje de los derechos humanos, la tolerancia, los
valores y un mejor equilibrio de género.
Invitamos a todas las expresiones culturales a participar en la construcción de una
arquitectura internacional a través de un diálogo intercultural que refuerce una
cultura de paz compartida.
Apelamos a los medios de comunicación a que contribuyan a evitar la amplia
difusión de estereotipos e imágenes sesgadas y a promover un mejor
entendimiento entre diferentes culturas y religiones.
Apelamos al liderazgo político, a los gobiernos y a las organizaciones
internacionales –especialmente mediante una reforma profunda del sistema de
Naciones Unidas– a unir sus esfuerzos, guiados por los “principios
democráticos”, para hacer frente a los retos que amenazan a la humanidad.
Estamos convencidos de que si los seres humanos lo desean, pueden transformar
el mundo. Tal y como reconocen todas las religiones, no hay nada que esté fuera
del alcance de la distintiva capacidad creativa del ser humano.
Montserrat, Barcelona, 10 de abril de 2008
Federico Mayor
Presidente
Fundación Cultura de Paz
Mohammad S. Khatami
Presidente
Fundación para el Diálogo de Civilizaciones
H. H. Aram I
Katholicos de Cilícia
& Pres. del Consejo de Iglesias de Oriente Medio
Joan Enric Vives
Obispo de La Seu d’Urgell
Co-Príncipe de Andorra
Abdulaziz O. Altwajiri
Director General de la ISESCO
Rabbi René Samuel Sirat
Vice-presidente
Conferencia Europea de Rabinos
Mar Odisho Oraham
Obispo para Europa
Iglesia Siríaca del Este
Kjell M. Bondevik
Presidente
Centro Oslo para la Paz y los Derechos Humanos
Candido Mendes de Almeida
Secretario General
Academia de la Latinidad
William F. Vendley
Secretario General
Conferencia Mundial de Religiones para la Paz
Josep Maria Soler
Abad de Montserrat
Roberto Savio
Responsable Relaciones Internacionales
Foro Político Mundial
Paul Ortega
Secretario General
Pax Romana – MIICA
Gary Vachicouras
Director Ejecutivo, Fundación para el Diálogo y la
Investigación Interreligiosa e Intercultural
Manuel Manonelles
Secretario y Coordinador
Encuentro y Declaración de Montserrat
Adheridos a la Declaración
SAR Príncipe El Hassan Bin Talal
Presidente, Inst. Real de Estudios Inter-fe, Jordania
Mario Soares
Presidente, Fundación Mario Soares
Rabino Arthur Schneier
Presidente, Appeal to Conscience Foundation
* * *
Presidente
Fundación Cultura de Paz
Mohammad S. Khatami
Presidente
Fundación para el Diálogo de Civilizaciones
H. H. Aram I
Katholicos de Cilícia
& Pres. del Consejo de Iglesias de Oriente Medio
Joan Enric Vives
Obispo de La Seu d’Urgell
Co-Príncipe de Andorra
Abdulaziz O. Altwajiri
Director General de la ISESCO
Rabbi René Samuel Sirat
Vice-presidente
Conferencia Europea de Rabinos
Mar Odisho Oraham
Obispo para Europa
Iglesia Siríaca del Este
Kjell M. Bondevik
Presidente
Centro Oslo para la Paz y los Derechos Humanos
Candido Mendes de Almeida
Secretario General
Academia de la Latinidad
William F. Vendley
Secretario General
Conferencia Mundial de Religiones para la Paz
Josep Maria Soler
Abad de Montserrat
Roberto Savio
Responsable Relaciones Internacionales
Foro Político Mundial
Paul Ortega
Secretario General
Pax Romana – MIICA
Gary Vachicouras
Director Ejecutivo, Fundación para el Diálogo y la
Investigación Interreligiosa e Intercultural
Manuel Manonelles
Secretario y Coordinador
Encuentro y Declaración de Montserrat
Adheridos a la Declaración
SAR Príncipe El Hassan Bin Talal
Presidente, Inst. Real de Estudios Inter-fe, Jordania
Mario Soares
Presidente, Fundación Mario Soares
Rabino Arthur Schneier
Presidente, Appeal to Conscience Foundation
* * *
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