La arqueología y las hipótesis más recientes
Aún carece la Baja Andalucía de proyectos de investigación sobre el mundo turdetano, y se poseen más datos de la fase orientalizante precedente. Sin embargo, las excavaciones de estos últimos veinte años han ido exhumando restos de su arquitectura –no tan pobre por cierto como la creía García y Bellido– y sobre todo la expansión de las ciudades turdetanas, mediante estudios territoriales, y los procesos estratigráficos. Lo cual ha proporcionado una visión más real de este período histórico, que también ha tenido distintas interpretaciones de índole muy distinta.
A. Arribas (1965), que utilizó para el capítulo de los turdetanos las excavaciones del pasado siglo de Bonsor (1899) en los Alcores de Carmona, y las más recientes aportaciones de Setefilla (Thouvenot y Bonsor, 1927), y tuvo noticias de los resultados del Carambolo (Carriazo, 1973) y de Carmona (Raddatz y Carriazo, 1961), se quejaba de la falta de información y de las lagunas existentes para comprender el “fenómeno ibérico en sus orígenes y desarrollo” (56-59). Partiendo de los enterramientos tumulares conocidos y de sus ajuares funerarios, valoró el elemento céltico de esta necrópolis, vinculándola con el Valle del Ebro. Celtismo y orientalismo son los factores culturales dominantes, en su opinión, del substrato étnico-cultural ibérico. Los túmulos corresponderían a jefes celtas imbuidos de las modas orientalizantes. Del Carambolo y Carmona dedujo los vínculos existentes de la cerámica de boquique con la céltica meseteña, y la aparición de la cerámica ibérica antes del s. V a.n.e.
Más tarde, en 1977, se celebró el Simposi Internacional. Els Origens del Món Ibéric (Barcelona-Empúries 1977, Revista Ampurias 38-40, 1976-1978) en el que M. Pellicer (1976-78), tras la valoración de las estratigrafías conocidas, concluye que “la iberización en Andalucía Occidental es simplemente una consecuencia de la adaptación por los tartesios del bronce final de unas formas materiales y espirituales importadas fundamentalmente por los fenicios, colonizadores del siglo VIII a. de J.C., con alguna aportación del mundo griego y con ciertas influencias intermitentes del mundo atlántico y de la Meseta. Todo ello configura la cultura turdetana” (ibidem, p. 21). Más tarde estableció tres etapas en su desarrollo, desde el siglo V a comienzos del II a.n.e. (Pellicer, 1979-80, 331-332).
Aún carece la Baja Andalucía de proyectos de investigación sobre el mundo turdetano, y se poseen más datos de la fase orientalizante precedente. Sin embargo, las excavaciones de estos últimos veinte años han ido exhumando restos de su arquitectura –no tan pobre por cierto como la creía García y Bellido– y sobre todo la expansión de las ciudades turdetanas, mediante estudios territoriales, y los procesos estratigráficos. Lo cual ha proporcionado una visión más real de este período histórico, que también ha tenido distintas interpretaciones de índole muy distinta.
A. Arribas (1965), que utilizó para el capítulo de los turdetanos las excavaciones del pasado siglo de Bonsor (1899) en los Alcores de Carmona, y las más recientes aportaciones de Setefilla (Thouvenot y Bonsor, 1927), y tuvo noticias de los resultados del Carambolo (Carriazo, 1973) y de Carmona (Raddatz y Carriazo, 1961), se quejaba de la falta de información y de las lagunas existentes para comprender el “fenómeno ibérico en sus orígenes y desarrollo” (56-59). Partiendo de los enterramientos tumulares conocidos y de sus ajuares funerarios, valoró el elemento céltico de esta necrópolis, vinculándola con el Valle del Ebro. Celtismo y orientalismo son los factores culturales dominantes, en su opinión, del substrato étnico-cultural ibérico. Los túmulos corresponderían a jefes celtas imbuidos de las modas orientalizantes. Del Carambolo y Carmona dedujo los vínculos existentes de la cerámica de boquique con la céltica meseteña, y la aparición de la cerámica ibérica antes del s. V a.n.e.
Más tarde, en 1977, se celebró el Simposi Internacional. Els Origens del Món Ibéric (Barcelona-Empúries 1977, Revista Ampurias 38-40, 1976-1978) en el que M. Pellicer (1976-78), tras la valoración de las estratigrafías conocidas, concluye que “la iberización en Andalucía Occidental es simplemente una consecuencia de la adaptación por los tartesios del bronce final de unas formas materiales y espirituales importadas fundamentalmente por los fenicios, colonizadores del siglo VIII a. de J.C., con alguna aportación del mundo griego y con ciertas influencias intermitentes del mundo atlántico y de la Meseta. Todo ello configura la cultura turdetana” (ibidem, p. 21). Más tarde estableció tres etapas en su desarrollo, desde el siglo V a comienzos del II a.n.e. (Pellicer, 1979-80, 331-332).
Para L. Abad (1979), la formación de la cultura ibérica se relaciona directamente con las corrientes orientalizantes sobre los pueblos indígenas –debe referirse principalmente a los fenicios– y después con los influjos púnicos o cartagineses, por cuya mediación se introdujo una dosis fuerte de helenización. Lo helénico debía estar presente como un factor de cambio cultural, y si no directamente, por mediación de los cartagineses helenizados.
Posible distribución de los Turdetanos hacia el s. IV antes de n. e. (Clickear para para ampliar)
En 1985 se celebró en Jaén las I Jornadas sobre el Mundo Ibérico –publicadas en 1987– dedicadas sobre todo al poblamiento de las distintas áreas regionales de la Península. Por primera vez se pretendía analizar la extensión de la cultura ibérica mediante estudios territoriales, considerando la intensidad del poblamiento y las distintas etnias. En cuanto a los turdetanos, J.L. Escacena (1987, 273ss.) elaboró un trabajo basado en las secuencias estratigráficas conocidas. Mi aportación consistió en analizar el proceso del Castillo de Doña Blanca y de su elenco cerámico (1987), no considerando ni el influjo cartaginés ni griego para su formación. Y J. Fernández Jurado (1987), trabajando en la misma región, trató del poblamiento onubense, tomando como base los datos de la ciudad de Huelva y el poblado de Tejada la Vieja. Se rompían así los viejos esquemas en el modo de análisis del mundo ibérico, mediante la valoración del poblamiento.
Poco después, J.L. Escacena (1987 y 1989) ha interpretado la formación de la cultura turdetana de modo muy original, con una base tal vez lingüística, apoyándose en los datos arqueológicos y fuentes grecorromanas, que merece la pena transcribir. El período turdetano significa “la recuperación de los viejos esquemas del Bronce Final bajoandaluz, que durante la fase tartésica colonial habían entrado en conflicto con ciertos elementos aportados por los distintos grupos étnicos orientales que hoy se engloban dentro de la expansión fenicia por el Mediterráneo occidental” (1989, 433). Y más adelante, “cuando se observa a los turdetanos desde la superficialidad de su cultura material más desprovista de contenido (...), puede llegarse a la conclusión precipitada de que su cultura no es más que la lógica evolución de los caracteres básicos del período precedente (...). Como puede observarse, todos los elementos que parecen ofrecer continuidad respecto al mundo anterior se refieren siempre a logros técnicos que poco afectan en realidad a las creencias religiosas, a las fronteras lingüísticas o a la propia conciencia del grupo tribal homogénea e independiente que pudieron tener los turdetanos” (1989, 433).
Es decir, entiendo que se recupera y revitaliza el mundo espiritual del Bronce final, de viejas raíces atlánticas e indoeuropeas, mantenido entre las capas sociales más bajas, a la vez que desaparecen las costumbres usuales que en la época orientalizante mantuvieron las élites sociales. Siguieron las creencias religiosas de los dioses indoeuropeos, mantenidas entre las capas sociales más bajas, a la vez que desaparecen las costumbres usuales que en la época que en la época orientalizante mantuvieron las élites sociales. Siguieron creyendo en dioses indoeuropeos, hablando la lengua arcaica del Bronce final y practicando ritos funerarios que no han dejado huellas (Belén, Escacena, Bozzino, 1991; Belén, Escacena, 1991; Escacena, 1989).
La época turdetana se origina, si he entendido bien a este autor, con un problema étnico y social no exento de violencias, como se desprende de los estratos de incendios localizados en varios yacimientos. Aunque no se exprese abiertamente, el período turdetano se ha originado tras un conflicto social en el que se impusieron las capas más bajas de la sociedad tartésica, aprovechando, o tal vez provocando la crisis de finales del siglo VI a.n.e., que impusieron de nuevo las ancestrales costumbres indoeuropeas, que no habían estado nunca dormidas, sino bien vivas en el seno de la sociedad tartésica. Lo que a mi entender supone la existencia de un conflicto, o revuelta popular nacionalista, latente al menos durante doscientos años, resuelto a favor de la población indígena, contra los invasores orientales (Ruiz Mata, 1996). No quiero entrar en la discusión con esta hipótesis, que excedería del propósito de este trabajo.
Diego Ruiz Mata, Catedrático de Prehistoria y Arqueólogo, colaborador del Programa de Investigación "Las Huellas de la Memoria"
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