(Por gentileza de la Editorial AkrÓn y del autor del libro José Carlos García Rodríguez, publicamos en exclusiva el prólogo del libro "El caso Strauss" que verá la luz la próxima semana en toda España. Una vez más la hábil pluma del escritor sanluqueño nos introduce en uno de los capítulos poco estudiados de la Historia Contemporánea del primer tercio del siglo XX español) A la izda. portada del libro.
Prefiero caer en el tópico de la alabanza a dejar en el tintero la magnífica impresión que me ha producido la lectura de este libro. José Carlos García Rodríguez ha cogido el asunto del estraperlo y, de una vez por todas, con maestría, nos lo presenta claro y conciso, limpio de rebabas demagógicas, y listo para que los españoles de hoy tengan en su mano un poco más de información básica de su próximo pasado, que de forma tan peregrina se quiere ignorar o, lo que es peor, reinventar. Bien apunta en su Introducción –y no les voy a desvelar la estructura de este ensayo; no es mi tarea- que pocos conocen hoy el origen del término estraperlo. Por eso su trabajo es oportuno.
Sí quisiera, por mi parte, referirme al marco en el que se desarrolla la historia que nos cuenta, y que no es otro que el famoso Bienio Negro, gentileza cainita que nomina el periodo de gobiernos de centro-derecha de la Segunda República. Nadie con un mínimo pudor intelectual puede hoy poner en duda el carácter democrático de dichos gobiernos. Como tampoco los ataques antidemocráticos que sufrieron –revolución del verano de 1934, gobierno sin representación parlamentaria en diciembre de 1935, suspensión y disolución de las Cortes en enero de 1936, por poner algunos ejemplos-, tanto por parte de las izquierdas, revolucionarias o no, como de la Presidencia de la República. El caso Strauss, con independencia de su contenido y alcance, tiene todos los ingredientes y forma parte de esos ataques, perfectamente diseñados, y cuyo fin desde su principio fue la destrucción de la república de todos para dar paso a la república de algunos. Y por un breve periodo de tiempo lo consiguieron. Bien es cierto que mucha izquierda y mucho centro de buena voluntad se vieron envueltos en esta dinámica, de la que no supieron, o no pudieron, sustraerse.
Una de las cosas que más me sorprenden de aquella época, tan reciente, y debo confesar que me asusta, es la poca entidad que tenían valores tan rotundos y claros como son el derecho y respeto a la vida –por ejemplo-, y por el contrario la suma importancia dada a las corruptelas de menor cuantía. Esa sociedad entera fue capaz de enterrar a una organización y una clase política por míseros delitos de guante blanco, -el caso Strauss- y al mismo tiempo ensalzar y aupar a otras que clamaban por la destrucción del contrario y por la guerra civil, y no sólo de palabra sino con la rotundidad de los hechos. Esta paradoja no se entiende sin hacer intervenir en la reflexión otros factores como son la propaganda por un lado y los complejos por otro.
José Carlos García Rodríguez en este estudio no escudriña el alma de sus protagonistas. Prefiere ser notario de sus hechos, relator de sus minucias a sabiendas de que, como dice Alejandro Lerroux en sus memorias: … sin ninguna pretensión, todo lo más acarreo materiales para la gran Historia haciendo historia pequeña. Aquélla nos refiere, por anécdotas recogidas de la segunda, la influencia que tuvo la nariz de Cleopatra en los destinos del mundo pagano.
Quiero llamar la atención sobre un personaje, con mucho el actor principal y protagonista del mariachi republicano, antes del 14 de abril, durante su vigencia, e incluso después: Indalecio Prieto Tuero. A él y a sus hombres de confianza los encontramos siempre en todos los episodios más oscuros y críticos de ese periodo. Y también siempre en la penumbra. Y cómo no, ¡también lo tenemos en el caso Strauss!
Para terminar, ¿qué fue de los ocho hombres que la comisión de investigación del Congreso señaló con su dedo, al tiempo que cerraba definitivamente la puerta a la posibilidad de una república para todos? El destino no fue generoso en esa época con casi nadie en España, y la violencia desatada meses después los arrastró como a la bruma el amanecer. José Valdivia y Garci-Borrón, el que fuera director general de Seguridad de septiembre de 1933 a junio de 1935, fue detenido en agosto de 1936 por el Frente Popular y posteriormente asesinado. El mismo fin esperaba a Rafael Salazar Alonso que, escondido, fue detenido el 31 del mismo mes por milicianos de la FAI, juzgado por un Tribunal Popular y ejecutado en la cárcel Modelo de Madrid el 23 de septiembre. Al comandante Eduardo Benzo Cano, gobernador civil de Madrid, presidente de su Diputación y subsecretario del Ministerio de la Gobernación con los ministros Salazar Alonso y Eloy Vaquero, un Tribunal de Honor dependiente del Gobierno de Burgos dispuso su separación del servicio y su baja en el Arma de Infantería el 21 de julio de 1937. El hijo del ínclito y martillo de herejes Vicente Blasco Ibáñez, Sigfrido Blasco-Ibáñez Blasco se presentó a las elecciones de 1936 por el partido Centrista de Manuel Portela Valladares sin salir elegido. Vivió su melancolía en el exilio de Chile y de Francia hasta que, tímidamente, regresó a España en 1977, donde moriría cinco años después.
El otro hijo de famoso, aunque adoptivo, Aurelio Lerroux y Romero de Oca desaparece en la noche de la historia como queriendo hacer olvidar su rocambolesca aventura, que tanto dañó a su padre y a España. Juan Pich i Pon murió en París en 1937, a los cincuenta y nueve años. El excelente novelista, natural de Mataró, Santiago Vinardell Palau, terminó también su fantasía asesinado en Vicálvaro (Madrid) el 28 de septiembre de 1936. Y por último, del teniente coronel de Estado Mayor Miguel Galante Roudill, no sabemos más que, en diciembre de 1936, a su esposa Rafaela Tejón Baquera el Gobierno de Burgos le concedió una pensión alimenticia al estar su marido anclado en zona republicana. Algún día sabremos más.
Juan Manuel Martínez Valdueza
No hay comentarios:
Publicar un comentario