Cuando llegan estas fiestas, para mí entrañables, estamos aquí dándole vueltas a lo que se avecina en Europa, España, Andalucía y Sanlúcar de Barrameda. Los artículos políticos solapan ya a aquéllos sempiternos que cuestionan qué celebramos y por qué en la Navidad, que no deja de ser interesante. Lo que pasa que últimamente ya se hacían repetitivos en los argumentos. Que si el nacimiento de Jesús es un montaje urdido por la Iglesia Católica Apostólica Romana para cristianizar numerosas fiestas paganas saturnales relacionadas con la celebración de la llegada del solsticio de invierno. Que si Carlos III fue el que trajo las costumbres de tierras italianas de tradiciones como el belén (atribuída su iniciación a San Francisco de Asís); otros artículos sobre otras costumbres industriales más recientes como el consumo de uvas por los excedentes de principios del s. XX en Alicante que las extendieron por toda España para que las comiéramos al compás de las campanadas de fin de año.
En definitiva, a mí me encantan estas fechas, lo que pasa que uno añora no participar ya en las tradiciones familiares, aunque fuera más por el sentimiento que por el raciocinio.
Como decía al principio, la cuestión es hablar ahora de política, no por nada, sino porque creo que estamos viviendo grandes cambios en la mentalidad social universal, unos con más sentido que otros, pero esta crisis financiera nos ha conducido a otras crisis de identidades en todo los aspectos. La gente ya no piensa, en términos generales, como antes, no sólo con respecto a la política, sino dudando de los patrones que regían esta sociedad. El descreimiento de la sociedad está en alza. De ahí el nihilismo, la inopia, la desconfianza, el individualismo que va inundando día a día nuestras relaciones laborales, familiares, sentimentales, amistosas, como he indicado en otras ocasiones; nos están sometiendo a una soledad interior que provoca reacciones de todo tipo: agresivas, positivas, reflexivas. A todo el mundo no le agrada escuchar su propio silencio.
Y en todo esto surge que se presentan unas elecciones municipales para mayo. Mientras Europa tiembla, y España pierde por días credibilidad con el riesgo latente de que tendrán al final que rescatarnos, con las consecuencias gravísimas que eso conlleva-anuncio hecho por el propio Felipe González-aquí andamos con nuestra campaña doméstica, de ahora visito tal barriada, que se han puesto detalles en las infraestructuras de la ciudad, que si el partido tal o cual se ha renovado.
Hablando con la Alcaldesa el otro día, entre otras cosas, le apunté que ya que va a ganar imagino que cambiarás a más de medio equipo de gobierno del PSOE e incluso le dije los nombres. No es que yo fuera muy astuto, sino que la población sabe perfectamente quien sobra de los que se han estrenado como concejales del PSOE este mandato. Le dije que al menos gobernara con gente preparada en los que realmente pueda delegar tareas importantes. Y digo el PSOE, no porque sea mi predilección, sino porque la actual oposición se lo está poniendo a huevo. Quizás porque el PP cada vez que sale va de la mano de Antonio Sanz, Ana Mestre, y otros líderes provinciales y regionales. Pero salvo un débil Marmolejo, no veo otras caras del municipio en el renovado PP que se hayan dado a conocer. No salen otros que impriman carácter y que les diga algo serio a los socialistas, bueno a los que han pretendido ejercer como gente de izquierda, eufemismo que está aprovechando IU con un valor como Rafael Terán a la cabeza. Ante tanta cábala, lo que le insisto al PSOE es que no tienen banquillo-símil futbolístico- que salga a calentar y que esté preparado. Salvo Irene, Inmaculada Muñoz, Mª José Valencia, no veo otros que estén medianamente a la altura de las circunstancias, a menos que recupere a Mª Carmen Gutiérrez Cardenal. Y el CIS es como una paja en el ojo ajeno.
Manuel J. Márquez Moy es Director de "La Aventura Humana"
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