La medida, que puede alcanzar en los próximos días a 240 radioemisoras -40 por ciento del parque radiodifusor del país- y a 45 cadenas de televisión, se produjo mientras crecen las voces de alarma por una nueva ley propuesta al parlamento para castigar a las personas que al expresarse por cualquier medio incurran en "delitos mediáticos".
Las frecuencias les fueron retiradas a las estaciones por fallecimiento del titular de la concesión -el gobierno rehúsa a que sea hereditaria-, por vencimiento de la licencia sin que se haya renovado adecuadamente la concesión o porque la autoridad que regula las telecomunicaciones consideró improcedente o incompleta la solicitud de cambio de la titularidad.
"Cuando tomamos la decisión de democratizar el espectro radioeléctrico estábamos hablando en serio, y vamos a hacerlo ya", dijo Cabello al anunciar que las licencias retiradas se entregarán a otros aspirantes a poseerlas. "Quien se sienta vulnerado en sus derechos, que acuda al Tribunal Supremo de Justicia", agregó.
Decenas de personas se agolparon a las puertas de las emisoras CNB cerradas en Caracas y en otras cuatro ciudades para protestar contra la medida.
William Echeverría, presidente del Colegio Nacional de Periodistas, dijo a IPS que la entidad "da una campanada de alerta ante la ciudadanía para que reaccione y proteste enérgicamente, en el marco de la Constitución, ante esta ola de atropellos".
Echeverría proclamó que "podrán cerrar los medios de comunicación pero no nuestras conciencias" ante los micrófonos de CNB de Caracas al momento del cierre.
La reportera Laura Castellanos, empleada de CNB y que trabajaba en la televisora Radio Caracas TV cuando se le retiró la concesión de señal abierta hace dos años, se preguntó: "¿Qué hago yo ahora? Tengo dos hijas. Cada vez se nos cierran más puertas".
La orden de cierre de las 34 emisoras se produjo mientras se multiplicaban las protestas por la propuesta que la fiscal general de la República, Luisa Ortega, presentó ante el parlamento para que se sancione una "ley especial contra delitos mediáticos".
El proyecto califica como tales delitos "acciones u omisiones (…) que atenten contra la paz social, la seguridad e independencia de la nación, el orden público, la estabilidad de las instituciones del Estado, la salud mental o moral pública, que generen sensación de impunidad o de inseguridad y que sean cometidas a través de un medio de comunicación social".
A la cárcel irían los responsables de medios que, a pedido del Ministerio Público (fiscalía), se negasen a revelar la identidad de autores de trabajos emitidos con seudónimos, o si "de manera voluntaria e injustificada se negasen a informar sobre hechos o situaciones cuya falta de divulgación constituya una lesión al derecho a la información".
Con ellos se solidarizaron entidades internacionales como Human Rights Watch (HRW), Reporteros Sin Fronteras (RSF), el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), con sede en Lima, el estadounidense Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), la Asociación Internacional de Radiodifusión y la patronal Sociedad Interamericana de Prensa.
La ministra de Comunicación e Información, Blanca Eeckhout, respaldó la propuesta de la fiscal pues "todo poder, como el mediático, tiene que ser regulado por la sociedad, y no olvidamos que el golpe de Estado de 2002 fue orquestado por los medios de comunicación", dijo.
En abril de 2002, cuando un movimiento cívico-militar intentó derrocar a Chávez, varias televisoras efectuaron una cobertura ampliamente favorable al golpe de estado.