El Stmo. Cristo de los Milagros y María Stma de las Penas, paso procesional que desfila por las calles de Sanlúcar de Barrameda los Miércoles de la Semana Santa Católica.
Antonio Piñero nos vuelve a plantear un asunto de interés para creyentes y no creyentes de la religión Cristiana,dentro de sus diferentes ramas: catolicismo, ortodoxos, evangélicos, mormones... Aprovechando estos días, uno de los especialistas de mayor relieve a nivel internacional sobre los orígenes primitivos del Cristianismo y la Filología primitiva de los Testamentos de de la Biblia, los Apócrifos, Gnósticos, nos remite este artículo.
Algunos colegas, investigadores, han escrito ya reclamando la atención de sus lectores sobre las contradicciones que muestran los escritos evangélicos en sus relatos sobre tan magno acontecimiento para el cristianismo.
Ciertamente es así, y las contradicciones de los Evangelios al respecto es lo primero llama la atención. Pero no voy a comentar este hecho, por lo demás obvio y fácilmente comprobable con papel y lápiz, sino otros aspectos en torno a la creencia en la resurrección de Jesús, sobre todo los que afectan a la primera historia del grupo cristiano. Por ejemplo: ¿cómo es posible y por qué esos relatos pueden ser contradictorios siendo -como era- para la comunidad primitiva tan importante el hecho, o la creencia, en la resurrección del Maestro?
Algunos comentaristas han pensado que tal pregunta no tiene importancia ninguna. La resurrección es un mero fenómeno subjetivo de alucinación psicológica, sufrido bien por algunos miembros de la comunidad, bien por pequeños grupos de ella. Pero en la metodología de la historia antigua la hipótesis de la alucinación por motivos de ardiente deseo de que algo ocurra puede explicar lo ocurrido, pero lo explica sólo superficialmente. Puede ser también tarea del historiador aclarar por qué surge precisamente la creencia en la resurrección e intentar explicar por qué el pretendido hecho esté atestiguado por diversos personajes diferentes -según las narraciones- y de modos tan distintos y tan divergentes.
En mi opinión puede explicarse la creencia en la resurrección de Jesús como surgida por la intensidad del afecto hacia su persona entre las mujeres –no los varones- del grupo de seguidores de Jesús, afecto parecido al de una mujer que ha perdido a un hijo muy querido, o un esposo con el que se llevaba muy bien y que le ha sido arrebatado súbitamente. En momentos de soledad, llanto, sensación de desamparo, etc. muchas de esas mueres “hablan” con el difunto como si aún estuviese presente, o lo “sienten” cerca de sí.
Pienso que fue entre algunas de esas mujeres, con una personalidad media mucho más afectiva que las de los varones seguidores de Jesús- entre las que se suscitó la primera conciencia de que Jesús estaba vivo entre ellas. Las narraciones evangélicas tanto de los Sinópticos, como las del Evangelio de Juan implican a mujeres siempre en los relatos de la tumba vacía o en la primera aparición de Jesús (Jn 20). Así pues lo que debieron sentir al principio debió de ser algo así como que ¡Jesús continuaba vivo espiritualmente entre ellas que lo habían amado y admirado tan intensamente!
Cristo de la Redención, perteneciente a la Hermandad del Silencio en Sanlúcar de Barrameda
Que nadie interprete, por favor, estas afirmaciones como expresión de antifeminismo o profeminismo. En absoluto. Sólo insisto en el origen psicológico de la creencia en la resurrección de Jesús, y que en este ámbito la afectividad desempeña un papel muy importante. Y luego recalco lo que es obvio: la afectividad desempeña en momentos trascendentes de la vida un papel más preponderante entre las mujeres que entre los varones. Se trata de una simple observación fácilmente constatable en la vida ordinaria. Y, en segundo lugar, insisto en la afectividad como origen de la creencia, porque ello me ayudará luego para explicar un tanto el por qué de las tradiciones tan divergentes sobre la resurrección.
En el siglo I en Palestina una de las maneras de expresar este sentimiento era afirmar que el muerto había resucitado. En unos momentos en los que se creía en continuos milagros, viajes celestes, raptos del alma, apariciones de seres sobrenaturales, misiones de ángeles, etc., era ésta una idea perfectamente plausible. Parece claro que el sentimiento de que Jesús seguía vivo, pudo expresarse como que había resucitado, y que comenzó ciertamente en el grupo de las mujeres, pues los Evangelios indican que los varones no las creyeron y que se resistieron en general a admitir la posibilidad del hecho.
Ahora bien, si se examinan más a fondo los relatos y las explicaciones del Nuevo Testamento sobre la resurrección se observará que hay dos maneras fundamentales de “describirla”. Hay un pluralismo de interpretaciones en el nivel de los datos bíblicos.
• Una manera hace ciertamente referencia al cuerpo físico. Lo expresa con claridad el discurso de Simón Pedro en los Hechos de los apóstoles 10,39-41: “Ellos, los judíos, lo mataron colgándolo de un madero; pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo sino a nosotros, que fuimos escogidos por Dios como testigos, que comimos y bebimos con él después de que resucitara de entre los muertos”.
Talla de alto valor artístico del Cristo Yacente de la Hermandad del Santo Entierro de Sanlúcar de Barrameda
La metáfora que está detrás de esta concepción general de la resurrección de entre los muertos es despertar del sueño y levantarse. el significado central de este símbolo es la restauración de la vida a Jesús. El símbolo comunica que él está vivo con una nueva vida por el poder de Dios. “Este símbolo significa la completa restauración a la vida de Jesús de Nazaret en cada nivel de su ser”.
• La segunda concepción de lo que pasó a Jesús en su muerte es bastante diferente. Se expresa con los vocablos de “exaltación” o “glorificación” y esta idea se halla también en diversos textos del Nuevo Testamento. Así en 1 Tim 3,16: Jesús fue “exaltado a la gloria”, o en el himno cristológico de Filipenses 2, 6-10, muy conocido: aquí se desarrolla sólo el contraste con el descenso, la humildad y la condición terrenal de Cristo aquí abajo, y se describe el destino de Jesús como ascenso, glorificación, como un estar con Dios arriba, una exaltación. Con otras palabras a estas expresiones del segundo tipo no les preocupa la resurrección del cuerpo –no la mencionan prácticamente nunca- sino el estado de gloria de Jesús después de la acción de Dios tras su muerte: Jesús se revela entonces como exaltado a otro ámbito.
Si se comparan las dos expresiones sobre la resurrección, vemos que en lo único en lo que coinciden es que Jesús no permaneció como un ser normal en poder de la muerte. La creencia en una resurrección física hace hincapié en Jesús es restaurado a la vida con su cuerpo (puede incluso comer con ellos: Jn 21, 12). Por el contrario, la creencia en su exaltación lleva a Jesús fuera de este mundo a otro mundo, donde no se habla de cuerpo ni de apariciones.
Esta doble manera de expresar la nueva vida de Jesús me lleva a una consideración: es muy posible que la primeras creencias sobre la resurrección de Jesús no fueran precisamente creencias en la resucitación de su cuerpo, sino simplemente creencias en que Dios lo había trasladado junto a sí a otro ámbito de vida diferente.
En otras palabras: al no pensarse en su resurrección corporal propiamente, sino en su vida espiritual diferente en el cielo, las expresiones y divergencias en la expresión cómo fue la resurrección de Jesús son pequeñas. Se está hablando –por un lado- de una manera sencilla: este modo simple e intelectual de interpretar la resurrección puede ser el más espontáneo aunque -por otro lado- parezca más bien teológico e intelectual. Los que así lo creyeron insistirían en el aspecto más espiritual que hemos apuntado antes: el estado de exaltación y elevación de Jesús a la diestra del Padre. Es este tipo de interpretación se recoge sobre todo en textos del Nuevo Testamento fuera de los Evangelios.
Y pienso que es posible que la idea de una resucitación corporal de Jesús tuviera lugar sólo en un segundo momento. Y aquí, como entra en juego lo físico del cuerpo de Jesús resucitado, la imaginación de cada uno de los creyentes en ese tipo de resurrección permite que se exprese de maneras muy diferentes.
Este hecho explica la disparidad de tradiciones sobre este “evento”: tras un período de dudas que se apoderara pronto del grupo apiñado en Jerusalén la idea de que el Maestro seguía vivo de algún modo: la vivencia era la misma en todos los que pensaban en este segundo tipo (la creencia en la resurrección corporal), pero la expresión de esa vivencia (las tradiciones que hablan de ella) se realizó por personas diferentes y en lugares diferentes, allí donde se creía haber gozado de una aparición del Resucitado… en Emaús, en Jerusalén, más tarde en Galilea….
Este hecho se explica porque la vivencia era común: ha resucitado Jesús corporalmente. Pero se generaron tradiciones muy dispares porque cada uno contaba su experiencia como le parecía, lo que dio origen a líneas diversas de tradiciones y leyendas complementarias; por ello los relatos de las apariciones son tan diferentes y contradictorios: son personales. Así surgen manifestaciones subjetivas de apariciones muy dispares. Unos afirmaban que Jesús se había presentado ante ellos como dotado de un cuerpo etéreo y casi transparente, que podía atravesar las paredes (Lc,24,36-37); otros que lo habían visto como un cuerpo real que podía comer (Jn 21,12) y ser palpado (Jn 20, 17.25). Poco a poco a estos relatos de apariciones se unieron otras historias –también provenientes de diversas personas y por tanto diferentes— acerca de la tumba vacía de Jesús.
Este tipo de tradiciones se recogen sobre todo en los Evangelios porque estos escritos insisten ante todo en los datos “biográficos” sobre Jesús. Las contradicciones en los relatos hace que muchos de los historiadores del cristianismo primitivo piensen que es imposible que la creencia en esta resurrección se generase en Jerusalén: un grupo cohesionado y pequeño no pudo dar lugar a tradiciones tan dispares y contradictorias. Pero este mismo argumento es válido para negar su nacimiento en cualquier otro lugar, Antioquía por ejemplo. Así pues, no es imposible que estas tradiciones referidas al cuerpo resucitado se generaran en el lugar donde había muerto Jesús.
Volviendo al comienzo de nuestras reflexiones, sugiero en conclusión que la resurrección de Jesús -desde el punto de vista de las posibilidades psicológicas de reconstrucción que nos permiten los textos neotestamentarios- no fue pensada por los primeros cristianos de un modo igual:
• Unos, probablemente, no pensaron en una resucitación corporal, sino en un traslado espiritual del alma o espíritu de Jesús al ámbito de Dios.
• Otros por el contrario, y de un modo más popular y menos teológico, se imaginaron la resurrección de un modo totalmente físico: resucitó el cuerpo y alma de Jesús.
Y sostengo que fue sólo esta segunda línea de interpretación de la resurrección la recogida en los Evangelios, y la que da origen a muchas historias legendarias de apariciones… que no pueden tomarse al pie de la letra. Los antiguos sí las creían al pie de la letra. Pero hoy debemos quizá interpretarlas como símbolos de una creencia que se expresa según los patrones culturales de la psicología propia o del entorno. Los que los tenía más elevado, lo expresaba más “teológicamente”. El que los tenía menos, expresaba su creencia con patrones más populares.
Para el historiador de hoy lo único que importa es señalar que sin la firmísima creencia en que Jesús seguía vivo entre sus discípulos, que él había resucitado, no se explica el origen del movimiento de sus seguidores, un movimiento religioso que en pocas decenas de años iba a formar una constelación teológica que pronto podría considerarse una religión diferente a la del judaísmo.
Antonio Piñero es colaborador del Programa de Investigación "Las Huellas de la Memoria"