A las dependientas de la sección de maquillaje de El Corte Inglés sólo les falta hacerme la ola cuando me ven entrar. En los dos últimos años, movida por sus sabios y aparentemente inofensivos consejos, me he gastado la mitad de mi sueldo en cremas y maquillajes. Si después de lo que me he gastado no aparento quince años, reclamaré (no quince años menos, no, quince años a secas). Yo entro en las tiendas con cara de estoy abrumada, voy a decir que sí a todo. Odio comprar y se me nota que quiero marcharme de allí y que he perdido la voluntad en cuanto he atravesado un pasillo repleto de ofertas de eterna juventud.
Las dependientas me hacen ver sutilmente que necesito crema para el contorno de ojos y yo voy y me compro el contorno de ojos. O sea, el contorno de ojos ya lo llevo yo puesto, a lo que sucumbo es a la crema milagrosa (tiene que serlo porque cuesta como si lo fuera). Pero necesito además un corrector de ojeras, me dice otra chica. Entonces yo me compro el corrector de ojeras porque soy muy obediente. Y por eso me compro también un maquillaje muy natural , tan natural, que me recomiendan que le añada unos polvos para dar un poco más de color. Pero claro, lo suyo es aplicar una base mate para que el maquillaje luzca mejor, y los polvos luzcan mejor y finalmente yo luzca mejor. Pero la cosa no ha terminado, necesito el colorete, claro, ¿a dónde vas sin colorete Bárbara?. La crema reafirmante y revitalizante acaba también en mi abarrotada bolsa.
Me gasto tanto dinero que con las muestras de regalo podría montar mi propia sección de cosmética de El Corte Inglés. Y uno de los regalos es un sérum que como no sé qué puñetas es, no sé si va antes, después o durante la crema revitalizante, la del contorno de ojos, la base de maquillaje, el maquillaje, los polvos y el colorete. Llevo tantas capas que empiezo a olvidar quién hay debajo. Si tan mal me ven a los 36 años, cuando pase de los 40 me enviarán a la planta de máscaras para las mujeres prematuramente ajadas y añadirán lo demás ya es una pérdida de tiempo.
No puedo decir que me sienta engañada, me engaño yo solita y además lo hago a conciencia. Soy lo suficientemente idiota como para que me preocupe envejecer, como para que me preocupe mi aspecto físico y me preocupe cómo me ven los demás.Y estaba aquí añadiéndome capas cual cebolla cuando he empezado a sentirme absurda y me he cansado. Y me he dicho que ya está bien, hasta aquí hemos llegado. No tengo porque ocultarme, ni disfrazarme, ni disimularme.
Pues claro que la cara se va descolgando, el culo se va cayendo, la celulitis amenaza mis muslos y las patas de gallo van conquistando nuevos espacios en mi rostro (dicho de un tirón me ha deprimido un poco). ¿Y qué si no soy un bellezón? ¿Y qué si no soy joven? ¿Por qué iba a serlo? ¿Por qué tengo que parecerlo?. A tomar por saco la cosmética, voy a salir a la calle con la cara lavada y a quien no le guste que no mire (que es exactamente lo que iban a hacer) ¡quiero ser libre!. Quiero confiar en que las personas ven más allá de lo que yo encuentro en el espejo. ¡Basta, no quiero vivir sometida a mí misma!. Disculpad mi arrebato, pero hay días en las que ser mujer resulta insoportable.
Bárbara Alpuente es Guionista de TV, y Columnista de la Revista Yo Dona (Pinchar en el logo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario