Ha comenzado la reconquista, el desquite, con fiestas de cumpleaños a ritmo como de Xuxa, aquella cantante infantil sin voz, toda piernas y sombreros, un poco como Rajoy. Lo esperaban desde el burbon con veneno de las Azores, desde los trenes malditos de la muerte, desde aquella legislatura del odio. Zapatero les ganó dos veces sin más que terminar las palabras con zeta y aprovechar el asco de la gente, que disfruta todavía más castigando a los gobiernos engreídos que con las hazañas del fútbol. Ahora le tocará al PSOE probar la rabia del pueblo traicionado, primero desencantado y luego definitivamente furioso por la torpeza de Zapatero, por sus ministros teletubbies, por su economía de abrir y tapar zanjas, por su progresía de ñoñerías y gafapastas, y por la horca a medida que le fue colocando a cada españolito en el salón. Hasta por el cabreo del tabaco, tan carpetovetónico, va a pagar Zapatero.
En Sevilla, confitería del barroco y palacio del rival político, el PP se sintió ya ganador y resarcido. Hizo una convención para mirarse las trenzas de princesa. A pesar del aburrido Rajoy, las gradas ondeaban la gaviota igual que el rayo de la victoria, una victoria que olía como el ozono. De momento, no enseñan demasiado a los sacristanejos ni a ese tea party español que a lo mejor no existe o a lo mejor son ésos de siempre que se acuestan con cirio, bandera y rosario del Papa, aunque Mayor Oreja dio la cantada definiendo al PSOE como “el partido de la muerte”. Parece que vienen con la calculadora en la oreja y la tijera en la mano, como tacañones, y sin embargo es eso lo que hace falta. Hasta han tenido el valor de meterse con las autonomías, pero no contra el legítimo, útil (si se hace bien) y hasta sentimental autogobierno de las regiones, sino contra su despilfarro, su gigantismo, sus redundancias, sus séquitos y sus mantenidos.
A Zapatero le bastó con su zeta y a Rajoy le puede bastar con no ser ZP. Creen que la mayoría del país piensa que es imposible hacerlo peor que el leonés errante y por eso el PP lanza sus propuestas sin mucho perfilado, con más borrador que tinta. Tampoco les hace falta un gurú, un Moisés como fue Felipe González o un Niño Jesús como fue Zapatero. Rajoy, un político gris, sensato y como tejedor, bien les sirve contra una sombra, contra un desahuciado.
En España el PP espera la marea y en Andalucía, el milagro. Gallardón dijo que la Transición no terminará hasta que el PP gobierne en Andalucía y yo estoy de acuerdo. La democracia no puede tener partidos naturales de los pueblos, que es como suele venderse aquí el PSOE. Y al PSOE andaluz ni siquiera lo sostiene el éxito, sino al contrario, un largo fracaso, compensado eso sí con una fatigosa inercia, una herencia mitificada y un poder desmedido y ubicuo. Pero quizá se le olvidó a Gallardón el otro lado de su frase: para que gane en Andalucía, el PP tendrá que haber completado también aquí su particular Transición. Es decir, desprenderse de señoritos y fachosos, de tufos rancios y beatería, que aquí parece que nos duran o nos duelen más. Creo que Arenas ha hecho mucho en este sentido, aunque a veces se le noten querencias o extrañas hipotecas con el discurso tradicional de la derechona. En Sevilla, con las gaviotas como delfines, Arenas todavía no parecía esa princesa prometida, a pesar de que la última encuesta, de la Universidad de Granada, le da 9 puntos de ventaja. Que tenga cuidado, que las encuestas engañan más que las básculas. Cualquier día sale el pueblo con una rabia o un asco, se carga todas las predicciones y deja las reconquistas convertidas en ceniceros.
Luis Miguel Fuentes es columnista y cronista del Diario "El Mundo"
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