Nada está perdido. Hay mucha lucha por la que vivir, mucha urgencia para levantarse cada día
El reciente debate generado con la ley antidescargas, conocida como «ley Sinde», ha abierto una confrontación entre los creadores y un entorno propiciado por un sistema que ha visto amplificar los soportes convencionales de expresión y que por ello afecta a la difusión honesta de nuestro trabajo. Esta ley deja al descubierto los problemas que se derivan de los derechos de autor que reclaman ser revisados con una Ley de Propiedad Intelectual acorde con estos tiempos. Igualmente, en mi ámbito específico, la creación plástica contemporánea, la pérdida del sostenimiento desde la Administración pública ha generado una orfandad en el sector que amenaza con la parálisis creativa, incluso, la pervivencia del mismo Arte Actual.
Los creadores se movilizan, dicen los medios. Sin embargo, quisiera manifestar que no todos los creadores nos adherimos a un escenario único. Deberíamos poder elegir, pero especialmente, deberíamos oír a todos y dejar espacio a cada elección. Asimismo, la situación reclama una respuesta sabia y de muy largo alcance, empezando desde la misma base: la formación.
Yo quisiera que mi obra llegara a todo el mundo, relegando a esta motivación cualquier interés económico; quiero enamorar con mi trabajo, que los jóvenes sueñen con otro mundo gracias a mí, y estoy dispuesto a entregar mi creatividad y mi esfuerzo por que así fuera. Quiero pensar que el Arte es de quien lo hace suyo y no debería doblegarse exclusivamente a criterios mercantiles. La curiosidad sigue siendo la herramienta con la que abordo mi trabajo, el motor en la búsqueda de argumentos para ser distinto, no original, porque cada acto tiene su propia y única representación aunque se haya consumado una y otra vez. Soy un devorador de la obra ajena para hacerla mía, como siempre ocurrió en la Historia del Arte, y soy, antes que nada, un creador libre. ¿Por qué estudié Bellas Artes? Ninguna carrera universitaria es tan elástica y subjetiva, ninguna es tan ingrata. Una vez acabados mis estudios comprobé cómo me afectaba el divorcio entre lo que estudié y la realidad; salí a la calle y en el preciso momento de pisarla, caí al vacío del desfiladero como el Coyote que persigue al Correcaminos. Todo sin darme cuenta casi de nada. Pero como en los dibujos animados, volví a la carga (para seguir despeñándome una y otra vez, pero a la carga).
Lo que me llevó a ser cómo fui (como soy) fue el placer de vivir, de soñar que todo puede ser posible, de que soy un magnífico afortunado, de estar implicado en proyectos imposibles sin importarme. Y ahora, así sigo siendo, aunque mi disfraz de superviviente me haga parecer justamente lo contrario, y espero que sea así mi hijo, porque me ve como su espejo, como también él me refleja con transparente nitidez.
Tuve en mis manos decidir mi recorrido y estoy convencido que volvería a hacer lo mismo, como siempre. Privilegiado por cada acto. Total, crear no es más que vivir, podía haber sido lo que hubiese querido, pero elegí este modo de crecer y de morir. La defensa de unos principios a los que me aferré con ilusión han impregnado todo lo que me rodea, todas las facetas de mi vida: la creativa, la productiva y la familiar, porque cada acontecimiento deja huella en lo demás y —ahora ya lo sé— porque no sé separar mi aventura intelectual de mi forma de vivir. Sigo defendiendo los mismos postulados de optimismo, optimismo ontológico, pese al entorno tan dramático que nos rodea; porque sigo pensando que las cosas admirables son más poderosas que los gestos y los argumentos contrarios; sigo pensando que nuestro placer por vivir es en sí la mejor justificación por hacerlo.
La práctica del arte debe ser antes que nada honesta. Cada una de nuestras obras debe generar una reacción atómica en quienes las experimentan, no puede ser un acto inocuo, principalmente porque estamos vivos. No puede ser que tras la experiencia de vivir una obra de arte no pase nada en nuestros corazones, no puede ser que un esfuerzo así quede en una mera y superficial contemplación, ni tampoco en una lucrativa operación mercantil. Yo no vivo días enteros sufriendo —también disfrutando— para tratar de soñar la tormenta perfecta con mi obra por dinero; en el momento mismo de crear nada perturba el proceso, nada, aunque otra cosa es que cobre por ello, si consigo vender mi trabajo, que trate de llegar a un receptor que lo valore y con ello me permita seguir. Seguiré de todas formas, venda o no, porque en mi talento mando yo y de esto saben todos los artistas que pelean cada día por mantener su sueño.
Todo lo que oigo en este momento sobre la Cultura tiene que ver con el dinero, con las subvenciones y las ayudas. ¿Qué pasa realmente? Nos amordazan, nos amparan mientras estamos doblegados y, al final, se nos vende ante la sociedad como que la Cultura es prescindible; por el contrario, cuando las cosas van mal, debe esperar, como una mera mercancía. Y la culpa no es del sistema, ni de la economía, ni de los políticos, sino nuestra, por acabar siendo artistas dependientes. ¿Sin amparo y protección para qué crear? Si no ha de haber ayudas es mejor dejarlo, piensan algunos, pero yo no puedo actuar así y pido perdón a aquellos compañeros que luchan por los derechos de todos. Ahora más que nunca necesito de mi trabajo. Además, habrá Cultura mientras seamos emoción, con incentivos o sin ellos.
En los últimos 30 años han pasado demasiadas cosas como para seguir actuando como si nada. Los nuevos agentes han modificado el escenario y debemos adaptarnos a todas las posibilidades, no combatirlas. En estos momentos de globalidad, ante los retos de las nuevas tecnologías, lo más fácil es restringir las posibilidades de comunicar. Pero pertenezco al presente tanto como al pasado y las tipologías de público se han multiplicado en incontables variables que exigen su sitio, que necesitan nuevos modos de contar, que reclaman una relación con la Cultura más directa, más actual. Todo va demasiado deprisa, sin dar tiempo para la reflexión, y ello genera temores en los procesos de trabajo en donde sólo piensan en dar respuestas, sean las que sean, como soluciones inmediatas. Pero este proceso es lento, requiere la confrontación de las ideas, la investigación del escenario y la práctica de proyectos arriesgados, entre ellos, un Plan Estratégico del sector.
Nada está perdido. Hay mucha lucha por la que vivir, mucha urgencia para levantarse cada día.
Sobre 40, con estilo, sueños vírgenes, ganas de vivir, en cierto modo (y aunque no lo aparente) decadente con clase. Dueño de mi talento. Sigo vivo.
Bien podría ser éste mi anuncio por palabras en prensa. Porque necesito de los mismos sueños de entonces. Soy orgulloso porque aquí estoy, para que me vean todos, dueño de mi talento.
Paco Pérez Valencia es Pintor
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Así me siento y así se sentirán otros muchos. Gracias por escribir este articulo recien encontrado y permiso para publicarlo en mi blog.
ResponderEliminarGracias Charo Acera.