Desvelo de ánimas nocturnas.
Luces de cruce mecen el insomnio.
Un tren va camino a una bahía
donde debería iniciarse el mundo
más allá de las columnas de Heracles.
Dientes de leche para morder la bala.
Lento, o tal vez lento,
las ruedas de un baúl vacío
arrastran la maleta de un visionario
cosida de errores y naipes malabares.
Sus manos buscan objetos perdidos.
Una caricia pendenciera
pierde el tacto al ras de mi rodilla.
No te conozco. No te conozco.
Pasan los juncos. Estridentes golondrinas
invierten el éxodo.
Quizás fuiste el soldado de las amapolas.
Yacías cada noche sin nombre,
sin heridas mortales
después de vivir tres temporadas
en un infierno.
O no. Poco puede hacer un partisano
agonizante en un lecho de gloria
y una misión de rodillas y boca por asediar.
Sus manos encuentran. La resistencia
llega y se somete.
En lo oscuro ciñéndose dos labios.
La carta de ajuste ilustra en los cristales
cómo amar sin quitarse la camisa.
Los párpados tiemblan
en sueños impúdicos.
Nos besamos todo el viaje.
Caminamos sobre el agua codiciada.
Habló su saliva en la mía.
Nadie escuchó el rumor de sus dedos
que sabían de acertijos y mordazas.
Lo que no nos dijimos
ya nada importa.
Aprendimos a mirar
los girasoles difusos de Van Gogh
a la velocidad del deseo.
Yo marché hacia un cuerpo libre.
En aquél vagón quedaron rendidos
mis primeros besos sin nombre.
El disparo del tiempo suena.
No deja de sonar.
Dientes de leche para parar la bala.
(Inédito)
Cecilia Quílez es Poeta, con cuatro libros publicados por Editorial Calambur, colaboradora del Programa de Investigación "Las Huellas de la Memoria"
jueves, mayo 20, 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario