En Andalucía los músicos clásicos nos parecen siempre rusos o de por ahí, como si los violines sólo fueran posibles en la tundra. Aquí, como mucho, le tocamos el clarinete a un Cristo, que entonces el instrumento se convierte en un rosario tieso, o pasodobles a las verbenas de los alcaldes, con bandas de pequeños soldaditos de plomo que hacen de la música grifería. Tenemos más que nada una música para acompañar a la viejas y despreciamos u olvidamos la música grande, la eterna, que creemos que sólo pueden tocar y escuchar los mismos muertos que la compusieron.
No queremos más que bandas de cornetas que dejen sordos a Dios y a los basureros, charangas para jubilados, pianos que sirvan para que los salte un caballo como en esa cosa horrible de Manolo Carrasco, y luego el folclore arremangado, la copla de tendedero y, por supuesto, el flamenco o flamenquito que nos calienta el corazón a martillazos. Pero aquí las orquestas son escaleras de caoba de palacios extranjeros, las sinfonías son barcos de aire varados muy lejos, la ópera es una tienda de túnicas y puñales, la música de cámara es un reloj de rey en su salón y nuestra cultura musical, en fin, es peor aún que indigente: es ajena.
Yo he estado por esos conservatorios nuestros que tienen luz de arpa, pasillos de manicomio, pianos ataúdes y alma de lavadero, viendo cómo la música sobrevivía descordada, sujetando sus corcheas con tiritas. Recuerdo que todo sonaba con frío, que a lo mejor es así como tienen que vivir los músicos de verdad, ateridos, y para eso los iban preparando. Era como un hospital en el que habían dejado a la música, y en todas las habitaciones iban a morir o habían muerto ya Chopin o Mimí soplando una vela y echando una llave. Conservatorios con desconchones, cajones vacíos e instrumentos en su sarcófago, donde sin embargo seguía viviendo la música como una monja pobre. A pesar del abandono y el desprecio de las administraciones, sonaba de repente un la y, como alrededor de una pequeña hoguera o eucaristía, la música se armaba desde la nada y hacía de un fregadero una catedral. A pesar de las goteras y los políticos, aún parecía que la música resistía. Pero esos músicos con bufanda y astillas y cera en los dedos, ¿qué pueden hacer luego en esta tierra de tonadilleras, ferias y pasopalios?
La Orquesta Joven de Andalucía muere cumpliendo la tradición romántica a la fuerza. Paulino Plata, prestamista que dirige la cultura igual que una tienda de abalorios, se lo da todo al flamenco, a las sevillanas o a la música que escucha Torrente, pero a la OJA le reduce el presupuesto de 850.000 a 250.000 euros. Me da por pensar que los violonchelos, que tienen voz humana y cuerpo y melena de mujer, agonizan ahora en Andalucía como personas de verdad frente a los pitos rocieros, los zapatazos de la raza y el jolgorio del vino sin arte. La gran música, la música eterna, que aquí no es nada, dejará huérfanos dickensianos, estos jóvenes que hasta han salido a la calle a protestar acompañados por compositores muertos y forasteros como ellos. Quizá es la puta calle lo que les espera. Eso, o un cartelón político con más propaganda que utilidad, la Fundación Barenboim, mantenida para que le dé serenatas a Griñán, y que es donde quieren meterlos esquinados y empequeñecidos después de robarles o cascarles el violín y el alma. Deberían haberse dedicado a las sevillanas o a las marchas de Semana Santa. Esto es Andalucía, donde la gran música es ajena, es pecado y es traición. Así acaba nuestra triste partitura: morendo...
Luis Miguel Fuentes es Cronista y Columnista del Diario "El Mundo"
martes, marzo 01, 2011
"MORENDO" por Luis Miguel Fuentes
Etiquetas:
Arte y Patrimonio Antropológico,
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