Mientras la palabra “viejo” siga siendo un insulto, no hay nada que hacer. Mientras los viejos permanezcan agazapados porque siente que las calles pertenecen a los jóvenes, lo tenemos mal. Mientras el terror al envejecimiento no se vea paliado sino incrementado a través de los medios de comunicación, estamos perdidos. Yo sé que se puede hacer humor de cualquier cosa, pero que sea humor. Decir que alguien chochea para desacreditarle, simplemente, porque ese alguien tiene más de 60 años, no es humor, es ofensivo y ramplón. Pero nos regodeamos en el síntoma y no indagamos en el origen. Arremetemos contra las mujeres que han pasado por quirófano para quitarse unos años, hablamos con agresividad de las protagonistas de liftings y bótox. No nos quedemos en reírnos de quienes no han sabido asimilar el paso del tiempo sobre sus cuerpos cuando prácticamente ninguno de nosotros lo ha conseguido. Hay quien lleva la esencia del bótox por dentro, lleva el miedo a la soledad y al rechazo, y si no pasa por un quirófano no es por respeto a su cuerpo o por convicción, sino porque no se atreve o teme el resultado.
Despotricar contra la cirugía o contra presentadoras pechugonas no va a aligerar el problema. Es una actitud mezquina con la que intentamos situarnos por encima de las víctimas de este sistema. Y mientras el sistema tenga verdugos dispuestos a seguir siéndolo, todo seguirá exactamente en donde está ahora: en la desolación. ¿Pero contra quién luchamos? Contra nosotros. No hay nadie por encima de nosotros que nos imponga esta actitud de ridiculización e insultos a los que traspasaron la barrera de la madurez. Si consiguíéramos entender la vejez como una circunstancia inevitable y con miles de posibilidades de enriquecimiento en vez de cómo una amenaza, ya estaríamos cambiando algo. Pero yo no sé cómo hacerlo, y no sé cómo hacerlo, entre otras cosas, porque el entorno es hostil. Mientras el entorno sea hostil y entierre vivos a los viejos, uno no tiene fácil dirigirse hacia las siguientes etapas de su vida con alegría y libertad. ¿Cómo disfrutar del viaje si sabes que al final del camino hay un pelotón preparado para fusilarte? Imagino que las claves se encuentran en lo que estamos haciendo con nuestras vidas antes de convertirnos en ancianos.
¿Qué estamos depositando en esa idealizada juventud? Vivimos inmersos en la batalla contra casi lo único que no se puede vencer: el tiempo. Y encima llegan mensajes de países en teoría civilizados, que nos animan a quitarnos la vida legalmente cuando lleguemos a cierta edad, sólo para evitar atravesar ese terreno árido que por alguna razón nos sobrecoge. Algo estamos haciendo mal si creemos que tras la juventud no hay nada, que sólo nos queda la resignación ante el deterioro y el rechazo social. No somos físicamente eternos. Nadie lo es. Todos, en el mejor de los casos, llegaremos a viejos. Entonces ¿por qué seguimos arrancando la hierba de las praderas sobre las que algún día tendremos que pisar?. Estamos siendo muy injustos, muy ignorantes y muy imbéciles.
Bárbara Alpuente es Guionista de TV, (sus últimas series "Gavilanes" y "Doctor Mateo"), y Columnista de la Revista "Yo Dona"
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