Primero me enganché a mi muñeca favorita. Pensaba en ella a todas horas y le pedía a mi madre que ampliara su fondo de armario para poder vestirla con ropa distinta cada día. Casi le habría salido más económico tener otro hijo que acceder a mis peticiones estilísticas. A los 14 años me enganché a los patines, lo hacía todo patinando y caminaba pensando en si las aceras que pisaba serían suficientemente lisas para rodar por ellas. Me enganché al Tetris y me encontré a mí misma bajando en noches invernales a jugar en la máquina del bar de mi barrio, como una ludópata trasnochada.
Luego apareció en mi vida el universo del chat y, por supuesto, me enganché. Y cuando llevaba años limpia llegó Facebook provocando y me enganché también. Me enganché tanto que terminé cerrando mi cuenta para preservar mi salud mental. Tras cerrar mi cuenta he probado a abrir una en Twiter, aunque esta vez lo he hecho con seudónimo y consciente del estudio que intento hacer sobre estas, tan bien denominadas, redes sociales. Y si hablo de que me he enganchado a todo es para no tener el morro de llenarme ahora la boca con palabras de descrédito hacia estos inventos. Yo soy la primera que caigo en las redes y que me dejo atrapar, pero lo que me interesa es analizar las razones y los impulsos que me secuestran. Porque aunque me crea libre de elegir y organizar mi tiempo, no es así, es un secuestro.
Compruebo en Twiter que hay personas que escriben una frase casi al minuto, abstrayéndose de sus días para relatarlos en la red. ¿Por qué?. Quizá sea porque la red nos da la oportunidad de relacionarnos con otros niños más allá de los de nuestra pandilla y además jugar a ser otros durante unas horas. Pero me temo que existen razones mucho más perversas. Lo que probablemente nos atraiga de vivir en la red es que no requiere profundidad. Twiter nace de la cultura del titular, nada de indagar, el titular es suficiente para estar informado. Facebook no dista demasiado de este lema: cuanto más breve y rápido mejor. Cuanto más superficial más accesible, y al final todos buscamos un camino sencillo. Lo superficial es cómodo. Es mucho más fácil vivir sin profundizar, pero también es mucho más fácil meterse en la cama y no moverte de allí nunca más y no es lo más aconsejable.
No tenemos por qué acercarnos a lo que encontremos difícil, pero sí intentar que en algún momento deje de resultarnos difícil. No es necesario huir de lo sencillo, sino evitar vivir huyendo de lo complejo. Y lo que más me preocupa de esto es que nos estamos convirtiendo en generaciones de mentes maleables, con volubles criterios, disfrazadas de personas preparadas que todo lo abarcan, que todo les interesa, que a todo tienen acceso. De poco sirve tener acceso a todo si en vez de hincar el talón en el siguiente paso optamos por caminar de puntillas sobre lo que está sucediendo. La cultura del Trivial no es cultura, leer una contraportada no es leer un libro, informarse no es conocer. No se trata de sacar la mano por la ventana cuando llueve para que nos caigan unas gotas, se trata de salir al mundo y mojarse con todas las consecuencias.
Bárbara Alpuente es Guionista de TV (Series como "Camera Café", "Gavilanes", "Doctor Mateo") y columnista en Yo Dona. Pulsar en el logo para mayor información sobre la revista.
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