"Desde hace muchos milenios, el ser humano se ha venido distinguiendo de sus parientes más próximos, los primates evolucionados, por su inagotable capacidad para preguntarse cosas, incluso las más peregrinas (es decir, las más inútiles para el fin esencial de un ser vivo, que es reproducirse y morir)."-comienza Toharia-. Desde Sanlúcar un nutrido grupo de científicos, colaboradores en muy diferentes disciplinas estamos realizando un ingente esfuerzo para investigar cuestiones referidas a Sanlúcar de Barrameda y el mundo de Doñana. Manuel Toharia nos facilita esta extensa pero interesante reflexión para "democratizar la ciencia". Sanlúcar de Barrameda no se puede permitir seguir en un atraso contínuo en cuanto a cultura, ciencia y educación. Esas son las grandes bases para que haya un desarrollo.
Y, lo que aun parece más importante, el ser humano ha sido capaz de poder interrogar sobre esas mismas cosas a su entorno natural. Podríamos decir que lo que hoy llamamos ciencia es, en esencia, el resultado de esa actividad inquisidora y en múltiples direcciones, curiosa y generadora de respuestas que, con el paso de los años, nos han proporcionado ventajas sobre el medio, casi siempre hostil, en que desarrollamos las actividades básicas que compartimos con todos los seres vivos: crecer, reproducirnos y morir. Estas ventajas nos han permitido, de manera creciente, hacer bastantes cosas al margen de ese cometido básico; por ejemplo, crear arte o inventar máquinas...
Desde sus comienzos, esta actividad científica –aun definida de manera tan simplista en aras de
una mejor comprensión- tuvo dos vertientes: la meramente curiosa –“¿por qué el cielo es azul? ¿qué son esas lucecitas que se ven sólo de noche encima de nuestras cabezas? ¿por qué se caen las hojas de los árboles cuando viene el frio ¿de qué están hechas las nubes?...”-, que hoy está en la base de lo que llamamos ciencia básica. Y luego está la que puede tener algún tipo de aplicación práctica –“si remuevo la tierra antes de echar una semilla de planta comestible y la riego después, crece más deprisa”-, que da lugar a algún tipo de técnica, al nacimiento de las herramientas, a lo que hoy llamamos ciencia aplicada.
Con todo ese conjunto de saberes “inútiles”, o básicos –yo preferiría decir “apragmáticos”- y con
los saberes más “útiles”, o tecnológicos –prefiero “pragmáticos”-, y con los saberes que se originaron mediante las muy diversas actividades artísticas que el hombre fue inventando –saberes generalmente “inútiles” (aunque deriven inicialmente de algún sentimiento trascendente, incluso religioso, en general sólo persiguen satisfacciones estéticas o emocionales)-, la humanidad fue creando eso que llamamos Cultura. Algo que nos distingue de todos los
demás seres vivos.
los saberes más “útiles”, o tecnológicos –prefiero “pragmáticos”-, y con los saberes que se originaron mediante las muy diversas actividades artísticas que el hombre fue inventando –saberes generalmente “inútiles” (aunque deriven inicialmente de algún sentimiento trascendente, incluso religioso, en general sólo persiguen satisfacciones estéticas o emocionales)-, la humanidad fue creando eso que llamamos Cultura. Algo que nos distingue de todos los
demás seres vivos.
Los elementos de la Cultura pueden ser intangibles –la cultura intelectual, o conjunto de los sabe-res acumulados, incluídos muchas de las manifestaciones artísticas- o bien pueden tener una expresión tecnológica muy variada –por ejemplo, la cultura instrumental, o conjunto de los elementos materiales que la humanidad utiliza directa o indirectamente en provecho propio-.
Los distintos elementos de la cultura instrumental, tomados en el sentido más amplio que se
pueda imaginar, nos permiten hoy no sólo vivir más sino mejor que nunca. Constituyen un conjunto muy diverso, y cada vez más sofisticado y complejo, que englobamos bajo el apelativo, siempre plural, de tecnologías. Y han sido generados en su mayoría durante el siglo XX, detonante de crecimientos exponenciales espectaculares: por ejemplo, y esencialmente, el
crecimiento del consumo energético y el de la población humana. Algunos autores han visto en
ese desaforado crecimiento, que nada parece detener, una nueva curva no matemática pero sin
duda muy expresiva: la superexponencial. En los inicios del tercer milenio dicha forma de crecer
supone un impacto creciente, percibido por algunos incluso como insostenible, sobre el medio
ambiente.
Al margen de la cultura instrumental, que quizá se inició con el arado y que hoy viene bien simbolizada por el chip de silicio, está la otra cultura, la que incluye los conocimientos y las manifestaciones científicos, artísticos y literarios. Lo malo es que se ha venido considerando tradicionalmente que la cultura es sólo la que se refiere a las distintas manifestaciones artístico-literarias, que algunos encuadran dentro de lo que se suele llamar “humanismo”.
Craso error, maldita dicotomía que es jaleada por algunos escritores de la generación del 98 –el
“que inventen ellos” de Unamuno todavía colea-, y que aun pervive hoy día. Es obvio que la cultura sólo lo es plenamente si incluye, en igualdad de condiciones, a los elementos
propios de la ciencia, tanto básica como aplicada;es decir tanto al conocimiento per se como a sus
distintos desarrollos tecnológicos. Por eso parece urgente promover la cultura científica en la sociedad, procurando que todas las personas lleguen a conocer, comprender, utilizar y disfrutar la ciencia en el máximo grado posible, en el convencimiento de que se trata de un elemento indispensable para la formación integral de las personas y su capacidad de participación democrática.
“que inventen ellos” de Unamuno todavía colea-, y que aun pervive hoy día. Es obvio que la cultura sólo lo es plenamente si incluye, en igualdad de condiciones, a los elementos
propios de la ciencia, tanto básica como aplicada;es decir tanto al conocimiento per se como a sus
distintos desarrollos tecnológicos. Por eso parece urgente promover la cultura científica en la sociedad, procurando que todas las personas lleguen a conocer, comprender, utilizar y disfrutar la ciencia en el máximo grado posible, en el convencimiento de que se trata de un elemento indispensable para la formación integral de las personas y su capacidad de participación democrática.
Manuel Toharia, es colaborador del Programa de Investigación "Las Huellas de la Memoria"
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